El TDAH no desaparece en la infancia
El Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) no desaparece con la infancia. Durante años se consideró un diagnóstico exclusivamente infantil, pero los innumerables datos recabados hasta la fecha revelan que muchas personas alcanzan la edad adulta sin haber sido evaluadas ni tratadas. Como resultado, experimentan unos síntomas que afectan a su rendimiento académico y laboral, a sus relaciones personales y a su bienestar general, sin entender por qué les ocurre esto. Cuando llegan a consulta portan, por lo general, una pesada mochila de fracasos.
Padres que se descubren a sí mismos al evaluar a sus hijos
Una de las formas más habituales de detección en la edad adulta es el diagnóstico de los propios hijos. El TDAH tiene un componente genético bien documentado, y no es raro que un padre o una madre, al observar los síntomas de su hijo o hija, reconozca patrones similares en su propia historia vital. Esto suele llevar a una reflexión que desemboca en la consulta a un profesional.
Algunos adultos recuerdan haber tenido problemas de concentración, desorganización o impulsividad desde la infancia, pero los atribuyeron a la pereza, la torpeza o simplemente a su personalidad. En otros casos, esas dificultades continúan manifestándose de forma más sutil, camufladas por estrategias de compensación que, aunque útiles, no resuelven el problema de fondo.
Evaluación diagnóstica en adultos: más allá de los síntomas actuales
El diagnóstico del TDAH en adultos requiere una evaluación rigurosa. El primer paso es confirmar que los síntomas existían ya en la infancia. Esto es imprescindible, porque el TDAH es un trastorno del neurodesarrollo: no aparece de forma repentina en la adultez. Por eso, el profesional suele comenzar con una entrevista clínica detallada que explora el historial escolar, familiar y social del paciente desde etapas tempranas.
En casos donde la memoria autobiográfica es insuficiente, se recurre a informantes cercanos (familiares, amigos o incluso antiguos profesores) que puedan aportar datos adicionales. Cuantos más elementos objetivos se recopilen, más fiable será el diagnóstico.
Diagnóstico diferencial: evitar etiquetas incorrectas
Una parte esencial del proceso diagnóstico es descartar otras posibles causas de los síntomas. Ansiedad, trastornos del estado de ánimo, trastorno obsesivo-compulsivo o incluso ciertas adicciones pueden imitar algunos signos del TDAH. Además, no es raro que coexistan varios trastornos, lo que obliga al clínico a hacer un análisis cuidadoso de la sintomatología y su evolución en el tiempo.
Confundir un TDAH con otro problema —o viceversa— puede conducir a un tratamiento ineficaz o incluso contraproducente. Por eso, en la práctica clínica se aplican criterios diagnósticos establecidos internacionalmente y, cuando es necesario, se utilizan pruebas complementarias.
Estrategias de adaptación que enmascaran el trastorno
Muchos adultos con TDAH han aprendido, a base de ensayo y error, a desarrollar mecanismos para no perder el control de su entorno. Algunos anotan todo compulsivamente, otros generan rutinas estrictas para no olvidar compromisos, y algunos viven en un estado de alerta constante para no cometer errores.
Estas estrategias, aunque efectivas en parte, pueden llevar a diagnósticos erróneos si no se analiza el motivo de fondo. Por ejemplo, repetir varias veces una misma acción (como revisar que se han cerrado bien las ventanas) podría interpretarse como un rasgo obsesivo, cuando en realidad es una respuesta a la inseguridad atencional propia del TDAH.
Evaluación neuropsicológica: el papel de las funciones ejecutivas
El diagnóstico se apoya también en pruebas neuropsicológicas que permiten evaluar funciones cognitivas específicas: atención sostenida, memoria de trabajo, control inhibitorio, planificación y toma de decisiones. Estas funciones, conocidas como ejecutivas, suelen estar alteradas en personas con TDAH.
No se trata de simples tests. Bien aplicadas e interpretadas, estas evaluaciones ofrecen un perfil funcional que sirve para entender no solo la existencia del trastorno, sino también su impacto en la vida real del paciente.
Tratamiento en adultos: intervención psicológica y, si procede, medicación
Una vez confirmado el diagnóstico, el abordaje terapéutico debe ser personalizado. En la mayoría de los casos se recomienda una intervención psicológica centrada en la psicoeducación, la reestructuración de hábitos, el entrenamiento en habilidades de autorregulación y la mejora de la planificación.
Cuando los síntomas son moderados o graves, puede valorarse el uso de medicación, especialmente estimulantes o no estimulantes aprobados para el tratamiento del TDAH en adultos. La decisión se toma tras una valoración exhaustiva y debe ser revisada periódicamente.
Un diagnóstico tardío, pero no inútil
Descubrir en la adultez que se tiene TDAH suele suponer un punto de inflexión. Comprender que ciertas dificultades no eran fallos personales, sino la expresión de un trastorno neurobiológico permite dejar atrás años de culpa injustificada. Más aún: ayuda a tomar decisiones informadas que mejoran la calidad de vida.