Uso de etiquetas

Persona eligiendo distintos caminos hacia Roma: metáfora sobre la evaluación psicológica funcional.

Uso de etiquetas

Una etiqueta diagnóstica no lo explica todo

La etiqueta diagnóstica puede tener un valor simbólico o práctico para la persona que consulta: asigna un nombre a lo que le ocurre y, con ello, le aporta tranquilidad.  Pero desde el punto de vista de la práctica clínica, el diagnóstico es solo un marco de referencia. Lo que guía un buen tratamiento son los síntomas específicos expresados por la persona, su intensidad, su frecuencia y hasta qué punto interfieren y menoscaban su vida diaria. Estos elementos no tienen por qué coincidir entre personas que comparten la misma etiqueta.

Cuando un tratamiento no funciona, la causa suele estar en un diagnóstico impreciso o apresurado. Esto se traduce en frustración para quien consulta, sobre todo, si se adhiere a las indicaciones de si terapeuta sin obtener  ningún resultado o si hay medicación por medio. Un error de  base afecta a todo el procedimiento.

Evaluar sin etiquetar

La evaluación psicológica va mucho más allá de clasificar síntomas. Preguntar es imprescindible, pero también lo es entender cómo se ha llegado a ese punto. No basta con describir lo que ocurre; hay que comprender cuál ha sido la trayectoria que ha llevado a la persona a encontrarse como se encuentra.

Tomemos el ejemplo de un adulto con dificultades sociales. Tal vez no haya desarrollado correctamente la capacidad para ponerse en el lugar del otro (lo que conocemos como mentalización), que reaccione con impulsividad ante la mínima frustración, que evite la interacción por ansiedad social intensa o que se sienta incómodo ante situaciones impredecibles. Las manifestaciones externas pueden parecer similares, pero los motivos son muy distintos. Y cada caso requiere una aproximación diferente.

Síntomas compartidos, no diagnósticos

Pensemos en dos adolescentes: uno con autismo y otro con TDAH. Ambos pueden tener problemas para adaptarse a los cambios y gestionar las interacciones sociales. Sin embargo, sus necesidades no son las mismas.

  • Quien se encuentra en el espectro autista suele necesitar estructuras claras, anticipación y previsibilidad para reducir la ansiedad. Los cambios imprevistos no encajan en su forma de organizar el mundo y generan rechazo o bloqueo.
  • En cambio, la persona con TDAH no necesariamente busca orden, pero responde mal cuando las cosas no salen como esperaba. Su impulsividad puede convertir esa frustración en reacciones intensas. Aunque anticipar le ayuda, no siempre basta: con frecuencia se impone el impulso.

Ambos perfiles se benefician de estrategias similares —rutinas, anticipación, entornos adaptados—, pero las razones por las que las necesitan son completamente diferentes y también los mecanismos para instaurarlas.

Evaluación funcional

Una buena evaluación no se queda en el diagnóstico. Examinar el contexto, la historia personal, los factores que mantienen el malestar y cómo este interfiere en la vida cotidiana de la persona es la manera de diseñar una intervención eficaz.

Roma puede ser el destino común, pero son muchos los caminos que nos llevan a ella. El trabajo del profesional consiste en entender cuál es el itinerario que ha recorrido o recorre la persona que ha confiado en su ayuda.

¿Qué analiza una evaluación funcional?

Más allá de recopilar síntomas, la evaluación funcional tiene por propósito establecer relaciones entre el comportamiento y el entorno, analizando los antecedentes (lo que sucede antes de la conducta) y las consecuencias (lo que sucede después). Para ello, se plantea determinadas preguntas clave: ¿Cuándo comenzaron los problemas? ¿Qué los desencadena? ¿Qué los mantiene? ¿En qué contextos se agravan o se reducen? ¿Cómo responde la persona a su malestar? ¿Con qué potencialidades cuenta?

Por ejemplo, no es lo mismo el aislamiento social que aparece tras una experiencia de humillación que otro que se mantiene desde la infancia por dificultades en el procesamiento sensorial. Pese a que la conducta observable pueda ser similar en ambos casos —es decir, evitación del contacto social—  la intervención será completamente distinta.

En consulta se exploran patrones de pensamiento, respuestas emocionales, contextos familiares, escolares o laborales y antecedentes médicos o psicológicos. Todo esto permite construir una hipótesis sobre el origen y el mantenimiento del problema. Esa hipótesis será la base del tratamiento.