Cuando la memoria te juega malas pasadas
Hace algunos años participé en un concurso de micro-relatos de tema libre. Al releer lo que había escrito en un rapto de inspiración, me sentí orgullosísima. Qué digo: estaba exultante. El texto brotado de mis neuronas era, simplemente, fantástico.
«Es increíble lo que consigo cuando me pongo a ello con ganas -presumí ante mí misma, algo que no suelo hacer con demasiada frecuencia-. Y añadí: el concurso es tuyo. Y los 500 euros del premio también. Esta obra reúne todo lo necesario para ganar: brevedad, complejidad, originalidad y una fuerza arrolladora».
Y, sin darle más vueltas, cliqué en «enviar».
Aunque no pensaba comentar el asunto en casa hasta que recibiese el galardón, me pudo el nerviosismo: terminé mostrando el texto a mi media naranja sin decirle que era mío.
-«Impresionante, como todo lo que escribe Gabo» -comentó tras una rápida lectura.
Un momento… lo de impresionante, vale. ¿Pero qué era eso de «como todo lo que escribe Gabo»?
Abrevio la historia: fue una bofetada a mi ego con la mano abierta. Mi cuentito era una reproducción exacta de la impactante escena con la que García Márquez inaugura Cien años de soledad, con un coronel Buendía frente al pelotón de fusilamiento, rememorando la imagen de su padre en un raro escenario congelado. Se trata, probablemente, de uno de los comienzos más célebres de la literatura en español. Y yo me había atribuido su autoría sin despeinarme.
Este comportamiento de nuestra memoria es lo que se conoce como criptomnesia o plagio inconsciente, un fenómeno psicológico vinculado con la creatividad, bastante habitual entre los artistas… y, por lo que se ve, también entre los amateurs de la escritura de medio pelo como yo.
La memoria: aliada y traicionera
La memoria es fascinante: dinámica, cambiante, creativa y, al mismo tiempo, tremendamente traicionera. Guarda vivencias fragmentadas, mezcla recuerdos, rellena huecos con la facilidad de una inteligencia artificial y se apropia de lo que no le pertenece cuando le viene en gana. Y lo más inquietante: no disponemos de mecanismos internos para discernir los recuerdos reales de los inventados o apropiados de otros.
George Harrison lo sufrió en carne propia: fue acusado de calcar con su éxito My Sweet Lord la canción He’s So Fine de The Chiffons. Por muy inconsciente que fuese el plagio (de hecho, el juez dejó constancia en la sentencia de que estaba convencido de que el músico había actuado de buena fe), la metedura de pata le costó una indemnización millonaria. Mi «plagio» no tuvo consecuencias pecuniarias, pero me pasó factura en forma de ridículo.
El carácter reconstructivo de la memoria
Fenómenos como la criptomnesia muestran hasta qué punto nuestra memoria es reconstructiva. No funciona como una grabadora que almacena y reproduce, sino como un proceso activo que selecciona y transforma en función de las nuevas experiencias. Y también inventa. Este mecanismo explica por qué dos personas que vivieron el mismo hecho pueden contarlo de forma radicalmente distinta.
A la vez, esta fragilidad tiene su lado luminoso: gracias a esa plasticidad somos capaces de crear, de asociar ideas nuevas, de transformar experiencias en historias y de encontrar soluciones originales. Sin memoria imperfecta no habría imaginación.
Algunos consejos prácticos para cuidar la memoria:
- Anota tus ideas: llevar un cuaderno o notas en el móvil ayuda a registrar pensamientos originales antes de que se diluyan o se mezclen con recuerdos ajenos.
- Contrasta recuerdos: cuando una memoria te parezca muy vívida, compártela con alguien más. La comparación de versiones suele revelar cómo rellenamos huecos de forma creativa.
- Lee y escucha con conciencia: cuanto más consumimos contenidos (libros, música, series), más fácil es que se nos «pegue» algo. Detenerse un momento a reflexionar sobre lo que nos impacta ayuda a diferenciar lo propio de lo ajeno.
- Practica la atención plena: ejercicios de mindfulness fortalecen la capacidad de observar lo que ocurre en el presente favorecen un registro más nítido y fiable de los recuerdos.
- Perdónate los lapsus: no castigues tu memoria por ser imperfecta. Esa misma plasticidad es la que permite que inventemos, creemos y demos un giro inesperado a lo que ya conocíamos.
Por eso, la próxima vez que dudes de un recuerdo o descubras que lo que creías tuyo ya tiene «dueño», no lo veas como un fallo, sino como un recordatorio de lo asombroso (y, por qué no, tramposillo) que puede ser el cerebro humano. Y dicho de paso: ante una magnífica idea que consideramos nuestra no está de más verificar su autoría… porque tal vez no lo sea tanto.