Idealizar la identidad digital

Hombre disfrazado de capitán se hace una selfie mostrando unas vacaciones idealizadas.

Idealizar la identidad digital

No solo los niños y adolescentes tienen problemas con las redes

Pasamos gran parte de nuestra existencia conectados, pero ¿sabemos los adultos manejar con criterio nuestra vida online?

El adulto que busca comprender los riesgos de las redes sociales se topa con frecuencia con un obstáculo evidente: la escasez de información fiable. Abundan las noticias alarmistas sobre sus efectos negativos, pero al profundizar en la mayoría de los artículos, es fácil darse de bruces con titulares vacíos, datos fragmentarios o información poco contrastada. Esto genera la sensación de caminar por un terreno minado, sin tener del todo claro dónde se ocultan los riesgos ni cómo enfrentarlos.

La llamada «generación analógica» ha tenido que adaptarse sobre la marcha a un ecosistema digital que no siempre entiende. Las redes sociales, en particular, pueden resultar abrumadoras para quienes no manejan sus códigos internos. La falta de dominio genera desconcierto y una molesta sensación de pérdida de control.

Ante esto, muchos adultos optan por evitar el uso consciente de estas herramientas, convencidos de que «esto no es para mí o no va conmigo». Pero la realidad, es que sí nos afecta, lo queramos o no. Todos, independientemente de la edad, participamos en un entorno hiperconectado en el que la huella digital se convierte en parte de nuestra identidad personal y profesional.

¿Quién controla a quién?

El resultado es el que cabía esperar: demasiados usuarios carecen de formación crítica para gestionar sus propias publicaciones o interacciones digitales. Se confía en la intuición, se imitan conductas sin cuestionarlas y, en ocasiones, se asumen riesgos innecesarios que repercuten en la privacidad, en la reputación o, en los casos extremos, en la salud mental.

Las redes sociales son un torrente inagotable de estímulos. Permiten llenar tiempos muertos, entretenerse, informarse e incluso proyectar una imagen cuidadosamente construida de nosotros mismos. Prima lo llamativo frente a lo profundo, y el reconocimiento social se convierte en un motor que condiciona lo que mostramos y lo que callamos.

No hace falta imaginar a los adolescentes posando durante horas para hacerse la foto ideal: los adultos también caemos en esa dinámica de exposición pública. Mostramos una versión edulcorada de nuestra vida. Subimos fotos de viajes, logros laborales o una sucesión de momentos felices. Esa exposición parcial moldea cómo nos ven los demás… y también cómo desearíamos vernos a nosotros mismos.

Crece el número de adolescentes (y también de adultos) que expresan en consulta dificultades relacionadas con el uso de redes sociales: comparaciones constantes, presión por proyectar una imagen profesional o personal perfecta y disonancia entre la identidad real y la identidad digital.

La visión continuada de imágenes ajenas de éxito, belleza o felicidad generan frustración por esa tendencia tan humana a la comparación: la vida de los otros siempre parece mejor que la propia. Surge entonces el deseo de demostrar que también nosotros disfrutamos de experiencias y situaciones envidiables. Lo curioso es que —cosas de la psique— la felicidad que nos brinda la exposición digital se desvanece, por lo general, tan pronto se apagan los efímeros «likes».

Adultos responsables en la era digital

Es importante que los adultos nos formemos en el uso de las tecnologías y sus implicaciones (más aún si tenemos a nuestro cargo niños o adolescentes). Comprender cómo funcionan las redes sociales, qué efectos tienen y cómo afectan a nuestras decisiones nos permite mantener el control. No se trata de rechazar el mundo digital (lo que, por otra parte, dudo que fuese posible), sino en integrarlo de forma saludable con nuestra vida analógica.

En este aprendizaje, escuchar y observar a las nuevas generaciones puede ser  útil: han crecido con la tecnología y dominan su lenguaje. Por nuestra parte, y dada nuestra experiencia vital, podemos aportar el contrapunto crítico y reflexivo. Ese equilibrio nos permitirá aprovechar lo mejor de ambos mundos.

La mejor protección frente al mal uso de las redes no es la desconexión (lo que, por otra parte, es prácticamente inviable), sino la conexión consciente e informada. Ser adultos digitales responsables significa tener claro qué compartimos públicamente y con quién lo compartimos. Y, en cualquier caso, antes de publicar una fotografía, no está de más preguntarse (y no digamos ya si hay por medio menores): ¿por qué lo hago?