El presentismo histórico

Viñeta humorística de dos filósofos griegos hablando sobre creencias irracionales.

El presentismo histórico

O cómo juzgar el pasado con los ojos del presente

Nuestra mente tiende a juzgar el pasado con los ojos del presente: interpretamos hechos y costumbres desde el prisma de nuestros conocimientos actuales, algo así como suponer que quienes nos precedieron disponían de nuestras mismas herramientas y recursos.

Este sesgo, denominado «presentismo» en el campo de la historiografía (no confundir con el presentismo laboral, conocido popularmente como «calentar la silla»), ha sido y es objeto de numerosos estudios, entre otras cosas, porque los historiadores son conscientes de que este fenómeno cognitivo tan humano puede desvirtuar y condicionar involuntariamente su comprensión del pasado. Tener ese riesgo presente minimiza las probabilidades de juzgar los hechos con referencias éticas actuales, formular falsas hipótesis basadas en problemas contemporáneos o construir relatos colectivos que no reflejan con fidelidad la realidad de entonces.

Algunas prácticas corrientes de nuestros abuelos nos hacen llevarnos las manos a la cabeza, vistas desde los conocimientos de la investigación y la experiencia acumulada. Costumbres no demasiado lejanas como consumir leche cruda sin hervir, dar un vasito de Quina Santa Catalina a los niños inapetentes para abrirles el apetito o retirar el consumo diario de agua a personas hipertensas alegando que aumenta el volumen sanguíneo (y, con ello, la presión arterial), dejan claras dos cosas: las costumbres se anclan sobre los conocimientos de cada época y el hecho de repetir una y otra vez lo mismo no lo hace infalible.

Una visión mediada por nuestras experiencias vitales

Releo estos días un librito de Bertrand Russell que compendia los artículos publicados por el matemático a lo largo de su fructífera existencia. La obra es toda una proeza argumentativa y solo por eso ya merece ser leída.

Uno de esos artículos —La vida en la Edad Media— viene estupendamente al caso.

Señala Russell que si pides opinión sobre la Edad Media a quienes te rodean, sus respuestas  variarán en función de los conocimientos y experiencias vitales de los opinantes. Unos lo calificarán del periodo más oscuro y feudal de la historia del hombre; otros dirán que fue heroico; un tercer grupo hará hincapié en su religiosidad. Habrá quien piense que fue tremendamente romántico, con tanto caballero y trovador por ahí suelto, y quien considere ese periodo de nuestra historia (yo misma) el germen de los posteriores avances filosóficos, arquitectónicos y escolásticos. Y todas las respuestas tendrán una parte de verdad, porque cada interpretación estará mediada por las creencias y valores que cada persona aplica a la hora de dar sentido al pasado.

Por consiguiente, si deseamos estudiar a fondo un periodo cualquiera y sus costumbres —advierte Russell— «no debemos contrastarlo con nuestras vivencias, ya sea en ventaja o desventaja, sino tratar de verlo a través de los ojos de quienes vivieron en él, en su mayoría gente corriente preocupada por conseguir el pan de cada día». Dicho de otra forma: nuestros antepasados lo hicieron lo mejor que supieron y pudieron a partir de las creencias, conocimientos y recursos materiales a su alcance.

Memoria y prejuicios

También incurrimos en el error señalado por Russell cuando hablamos de nuestra historia cercana; una historia que, dada la celeridad de los cambios tecnológicos, sociológicos e incluso éticos, parece alejarse de nosotros a pasos agigantados. Así, hay quien la desdeña, calificándola de anacrónica, y quien –por el contrario- la idealiza con una visión nostálgica (lo que conocemos como sesgo de positividad) que le lleva a confundir sus recuerdos personales con la interpretación histórica del pasado.

Nuestros  recursos son hoy, objetivamente, mucho más vastos en todos los ámbitos y —pese a la turbulencia de los tiempos que vivimos— nos han facilitado las cosas. En lo que a mí respecta, me quedo con lo que solía decir mi bisabuela cuando recordaba a los hijos que perdió con apenas unos meses de edad: «Hay cosas del pasado que me hubiera gustado que permaneciesen, ¡pero lo que habría dado entonces por disponer de los avances que tanto dolor hubiesen evitado».

Esos conocimientos que, en opinión de mi bisabuela, «tanto dolor hubiesen evitado» no habrían existido hoy sin los esfuerzos de quienes nos precedieron.

Disfrutemos de lo que tenemos y agradezcamos lo que tantos hombres y mujeres han hecho a lo largo de la historia con los medios de los que dispusieron y el convencimiento de que lo hacían lo mejor posible.

El presente es resultado de la suma de muchos pasados heredados. Sirva esta reflexión para recordarnos nuestra responsabilidad para con el futuro de nuestros hijos, porque también nosotros seremos, algún día, parte del pasado.