Entonces, ¿por qué lo hago?
Así son las cosas: el ser humano tiende a postergar lo que no le motiva o le resulta incómodo. Para que esa costumbre no acabe complicándonos la vida, aprendemos —a veces a base de golpes— el valor de la autodisciplina. Nos entrenamos para hacer lo que toca, aunque no apetezca. En condiciones normales, esta capacidad de autorregulación se asienta con los años y nos permite mantener rutinas, asumir responsabilidades y cumplir con nuestras metas personales o laborales.
Pero no todas las personas parten del mismo punto. Esa capacidad de organizarse, priorizar, planificar y pasar a la acción no resulta tan accesible para quienes padecen un trastorno del estado de ánimo o un TDAH, por ejemplo. En ese último caso, la procrastinación no es sinónimo de desinterés o falta de voluntad: es un síntoma que persistirá durante toda la vida… y que puede complicarla muchísimo en todos los ámbitos: personal, social y profesional.
Entre los factores que subyacen tras ese comportamiento, hay dos particularmente reseñables:
Necesidad de un alto nivel de estimulación para arrancar
Mientras un cerebro neurotípico transforma los pasos encadenados de un plan mental en una acción con relativa fluidez, el cerebro con TDAH necesita una dosis extra de activación para poner en marcha la maquinaria. La presión del tiempo —ese «ya no hay más remedio»— actúa a menudo como detonante, aunque el resultado puede dejar bastante que desear debido a la premura por terminar aquello que hubiera requerido bastante más tiempo.
Percepción del tiempo poco realista
Uno de los grandes referentes en el estudio del TDAH en adultos —el neuropsicólogo estadounidense Russel A. Barkley— habla de «ceguera al tiempo» para referirse a la dificultad de la persona con este trastorno para percibir el paso del tiempo, como consecuencia de la alteración de las funciones ejecutivas.
En la práctica, esto significa:
- Subestimar sistemáticamente el tiempo que requerirá una tarea, aunque se haya hecho muchas veces con anterioridad.
- Iniciar actividades sin calcular los pasos intermedios o el esfuerzo real necesario, lo que lleva a interrupciones, cambios de rumbo o abandono.
- Anteponer lo inmediato sobre lo futuro y, como resultado, las consecuencias a largo plazo —positivas o negativas— pierden peso frente a la urgencia del momento.
- Incapacidad de mantener la noción del tiempo transcurrido, ya sea por la hiperfocalización en algo motivante (el tiempo pasa rapidísimo) o, por el contrario, porque la tarea no despierta ningún interés (el tiempo se hace interminable).
Súmese a esto otras disfunciones ejecutivas características del TDAH como:
- Alteraciones en la memoria de trabajo
- Dificultad para mantener la motivación en tareas rutinarias.
- Escasa tolerancia a la frustración.
- Dificultad para aplazar la gratificación inmediata.
Todo ello entrelazado con una historia personal en la que, por regla general, abundan las situaciones de fracaso y los problemas derivados de la dificultad para la autorregulación emocional.
El paciente adulto manifiesta con frecuencia experiencias de «no llegar», «olvidar», «hacer a medias» o «fracasar a pesar del esfuerzo» que dejan huella, muchas veces en forma de sensación crónica de ineficacia. Esto, a su vez, alimenta la procrastinación en un círculo vicioso: «¿Para qué empezar, si volveré a hacerlo mal?».
Dos estrategias poco eficaces
Para compensar estas dificultades, el adulto recurre a dos estrategias diferentes, pero igualmente desgastantes:
La saturación mental. La persona intenta no olvidar nada, repitiéndose mentalmente las tareas una y otra vez. Esa sobrecarga colapsa la memoria de trabajo y aumenta la ansiedad, porque los pensamientos no se traducen en acciones que alivien la tensión.
Las conductas sobreadaptadas. Por miedo a fallar, se invierte un exceso de energía en controlar cada detalle: llegar con demasiada antelación, revisar compulsivamente el correo, dedicar horas a perfeccionar algo irrelevante… El resultado es un cansancio constante que no se traduce en eficacia.
Influencia práctica
El «modelo Barkley» adaptado a la psicoterapia cognitivo-conductual ha demostrado su valía para facilitar las cosas al adulto con TDAH mediante pautas de intervención centradas en:
- La estructuración del entorno
- El uso de recordatorios externos
- La gestión del tiempo como conducta aprendida
- La eliminación del componente moralista asociado a la procrastinación.
La procrastinación, en este contexto, no es pereza. Es la manifiestación de un cerebro que necesita condiciones muy concretas para ponerse en marcha y de una mente que ha aprendido —a menudo a base de culpa, exigencia y fracaso— a convivir con la tensión entre querer hacer y poder hacer. Por suerte, disponemos de pautas eficaces para hacer que ese «quiero» se transforme en un «puedo».