No digas sí cuando quieres decir no

Viñeta que ilustra la asertividad mal entendida.

No digas sí cuando quieres decir no

Un clásico que no pasa de moda

En 1975, el psicólogo conductista Herbert Fensterheim publicó No diga sí cuando quieres decir no, un libro de autoayuda de enorme difusión en su momento. Aunque muchos de sus ejemplos han quedado tan desfasados que su lectura puede arrancarnos una sonrisa, el mensaje sigue intacto medio siglo después: muchas personas dicen «sí» cuando, en su fuero interno, querrían decir «no».

La falta de asertividad no es un problema nuevo, aunque parece haberse amplificado en un contexto donde la conectividad y la sobrecarga de estímulos nos empujan a asumir más responsabilidades de las que desearíamos. Lo vemos a diario en consulta: adultos competentes, responsables, sensibles… e incapaces de poner límites. Son muchas las personas —sobre todo, mujeres— que asumen una obligación tras otra por aprensión a decir «no». La vida termina convirtiéndose en una carrera de obstáculos para cumplir todo lo prometido.

Por qué nos cuesta tanto decir «no»

Las razones son numerosas:

  • Deseo de aprobación social: queremos caer bien, ser útiles, no decepcionar.
  • Miedo al conflicto o a parecer egoístas o poco colaboradores.
  • Exceso de empatía: sentimos como propio el malestar ajeno.
  • Autoestima frágil: nos cuesta pensar en nosotras mismos.
  • Aprendizajes tempranos: en forma de comentarios frecuentes del tipo «sé buena», «no molestes», «no seas difícil».

Sea cual sea la razón, el resultado es el mismo: acumulamos obligaciones que no deseamos, nos sentimos desbordados y terminamos arrinconando nuestras propias necesidades.  He escuchado a adultos decir: «Todo el mundo espera demasiado de mí» cuando en realidad son ellos quienes allanan el camino, con sus respuestas ambiguas, para que les coloquen nuevas responsabilidades.

La falta de asertividad afecta a todas las esferas: laboral, familiar, social, de pareja… También a los espacios de descanso, que terminan desapareciendo por el peso de las demandas.

El aislamiento como mecanismo de protección

Hace algunas semanas, una paciente describía una consecuencia de la falta de asertividad. Se trata de una mujer madura, responsable, implicada en su trabajo y siempre dispuesta a ayudar. Acudió a consulta instigada por su pareja, cada vez más preocupada por su visible aislamiento.

«Me siento incapaz de decir que no  — explicaba— y me paso el día haciendo cosas que no me interesan lo más mínimo. Mi familia no entiende que me haya cerrado en mí misma, pero al final, el no hablar con nadie me evita la desagradable sensación de tener que cumplir compromisos todo el tiempo o escuchar las penas de todos. Lo sé, no es la mejor solución, pero no encuentro otra forma de evitar el agotamiento físico y mental».

Se trata de una forma de protección un tanto extrema: «Ya que no soy capaz de decir no, evito el contacto social para no exponerme a las demandas y, de paso, me ahorro malos tragos».

Esta estrategia tiene un alto coste emocional. Aunque el aislamiento reduce la sobrecarga a corto plazo, aumenta a la larga la sensación de soledad, incomprensión y malestar. No es raro que quienes no saben decir «no» terminen diciendo no a todo para autoprotegerse: esto es lo que podríamos llamar asertividad malentendida.

¿Qué nos lleva a la asertividad mal entendida?

La idea de que poner límites implica desatender o perjudicar al otro está extendida en algunas culturas y, en particular, entre las mujeres. Esto lleva a algunas personas a no encontrar la forma de comunicar sus deseos o necesidades con naturalidad.

La asertividad malentendida surge cuando la dificultad para decir «no» deriva en una postura rígida y defensiva que bloquea la comunicación con el otro. En lugar de expresar necesidades o desacuerdos con claridad, se opta por la estrategia más sencilla: cortar por lo sano cualquier interacción que pueda generar demandas. Se pasa del «no sé decir no» al «no quiero ni tener que decirlo». El intento de sortear situaciones incómodas conduce al aislamiento.

La asertividad consiste en expresar las necesidades y opiniones propias con respeto y naturalidad. No buscamos la confrontación, pero tampoco la sumisión. Al expresar nuestros límites evitamos interacciones basadas en expectativas de disponibilidad poco realistas, que terminan dañando a ambas partes de la relación.

La asertividad como motivo de consulta

El miedo a decir no es, al igual que la dificultad para tomar decisiones, motivo frecuente de consulta. La intervención terapéutica proporciona resultados eficaces a través de:

  • Entrenamiento en habilidades sociales
  • Reformulación de creencias
  • Trabajo emocional sobre la culpa y autoexigencia
  • Prácticas de autocuidado y límites progresivos

Un aprendizaje que empieza en la infancia

Aunque en la vida adulta podemos fortalecer nuestra asertividad (y, en este sentido, los psicólogos podemos ayudarte mucho), la mejor prevención sigue siendo educar a nuestros hijos para que aprendan a pedir, a preguntar, a negarse, a debatir y a defender sus límites sin miedo. Un niño que crece sintiéndose escuchado y con derecho a expresar sus opiniones y deseos, será un adulto autónomo, estable y seguro de sí  mismo.

Un buen dominio de la comunicación asertiva no evitará todos tus conflictos futuros, pero sí eliminará aquellos que nacen de una comunicación poco clara o ambigua. Cuando eres capaz de decir «no», también revalorizas el hecho de decir «sí», porque sabes que, cuando haces algo por los demás, lo haces porque quieres, no por el «qué pensarán de mí».