Mi hijo adolescente no quiere ir a terapia

Familia sonriente jugando a un juego de mesa, ilustrando la importancia del vínculo afectivo con adolescentes en proceso terapéutico.

Mi hijo adolescente no quiere ir a terapia

¿Obligar a tu hijo adolescente a ir a terapia?

La resistencia de un adolescente a iniciar terapia puede generar angustia en las familias, en particular, cuando los padres se sienten perdidos y no saben cómo pueden ayudar a su hijo o hija por sí mismos. Pero la realidad es que la participación activa y voluntaria del menor es imprescindible para que el proceso terapéutico funcione. La imposición, por muy bienintencionada que sea, rara vez da frutos.

Muchos adolescentes abandonan el tratamiento en las primeras etapas. No es raro: están inmersos en un periodo vital intenso, caracterizado por profundos cambios emocionales y  dificultades para encontrar sentido a lo que sienten. Así que no es de extrañar que se desconecten del proceso terapéutico si en cualquier momento  consideran que no encaja con sus necesidades o expectativas o no logran forjar vínculos estrechos con el profesional correspondiente.

En estas situaciones, lo recomendable es evitar presiones innecesarias. En lugar de insistir, es preferible mantenerse disponibles y fortalecer la comunicación cotidiana, sin dramatizar ni responder con reactividad ante sus negativas. No podemos obligarles a acudir a terapia, pero sí podemos favorecer el terreno para que la idea no sea rechazada de forma automática.

Intervención indirecta: trabajar los vínculos

Cuando conviene delegar

En algunos casos, el psicólogo o psicóloga puede sugerir la intervención de otra figura adulta —un familiar cercano o referente significativo con quien exista menos carga emocional—. Si la relación con los padres está demasiado deteriorada, esta delegación puede ser mucha más efectiva.

Por otro lado, la negociación puede ser una vía útil con adolescentes. Si conoces sus intereses, puedes utilizarlos como punto de partida para alcanzar acuerdos («estoy dispuesta a ceder en esto si tú estás dispuesto a colaborar con esto otro»).

No podemos pasar por alto posibles experiencias negativas previas. Si el adolescente ha acudido en el pasado a terapia y no se sintió cómodo en esa situación, no debemos invalidar su vivencia. De hecho, puede ser muy útil implicarlo en la elección del nuevo profesional: preguntarle qué tipo de acompañamiento prefiere, si se sentiría mejor con una consulta presencial u online o qué actitudes no estaría dispuesto a tolerar.

La construcción de las bases debe empezar antes

La posibilidad de hablar con un adolescente sobre temas difíciles no surge de la nada al cumplir los catorce años. Se cultiva desde la infancia. Si los niños crecen sabiendo que expresar sus emociones es seguro y que pueden mostrarse vulnerables sin ser juzgados, es muy probable que en la adolescencia no bloqueen por completo el canal de comunicación, aunque lo regulen a base de silencios o monosílabos.

El trabajo preventivo no consiste en hablar mucho, sino en generar un entorno donde la escucha, el respeto y la validación emocional estén presentes. Eso incluye saber callar cuando hace falta, no interrumpir cuando algo nos incomoda y no convertir cada confidencia en una oportunidad para dar un sermón.

Lenguajes alternativos: comunicación no verbal

Hay adolescentes que no se sienten cómodos hablando abiertamente de sus emociones, pero sí envían señales por otras vías. Una canción, un vídeo, una frase aparentemente suelta pueden ser intentos de acercamiento. Interpretar estos gestos con sensibilidad puede abrir puentes, incluso cuando las palabras escasean.

El papel del terapeuta ante la negativa del adolescente

Aunque el adolescente se niegue a acudir a consulta, el proceso terapéutico puede comenzar igualmente con los padres o cuidadores. De hecho, en estas situaciones, el terapeuta puede desempeñar un rol fundamental como guía externo, ayudando a los adultos a entender mejor el contexto emocional del adolescente, a revisar sus propias respuestas y a explorar nuevas formas de comunicación que favorezcan la apertura futura del menor.

El profesional no solo escucha y contiene el malestar de los padres, sino que también ofrece estrategias concretas, adaptadas al carácter del adolescente, a su historia previa y al tipo de vínculo familiar. Se trabajan aspectos como el tono de las conversaciones, el momento en que se abordan ciertos temas, la forma en que se formulan las invitaciones o incluso los gestos cotidianos que pueden reforzar (o debilitar) la conexión emocional.

El terapeuta también puede ayudar a identificar a qué se debe el rechazo del adolescente a acudir a consulta: ¿es desconfianza? ¿una mala experiencia? ¿la percepción de que se están domando decisiones por él? Esta mirada externa, desde una perspectiva clínica, puede ser muy útil para que los padres no estén sometidos a esa sensación de urgencia.

El profesional puede sugerir formas indirectas de acercamiento, como actividades compartidas que no tengan como propósito explícito «hablar de lo que le pasa». Este trabajo delegado puede empezar a tener efecto antes incluso de que el adolescente cruce la puerta de la consulta.