La ansiedad como copiloto

Mujer adulta con un pequeño diablillo que le advierte de que se acerca un ataque de ansiedad

La ansiedad como copiloto

Cuando la señal de alarma se enciende sin motivo

Imagina que conduces por una autopista. Todo va bien hasta que, de pronto, se enciende una luz de advertencia en el salpicadero. Frenas y te detienes en cuanto puedes en el arcén. Miras entonces los espejos y la temperatura del motor, compruebas si está quitado el freno de mano y si todas las puertas están bien cerradas, incluso das un patadita a los neumáticos. Intentas entender qué ocurre… todo parece estar en su sitio. Sin embargo, esa luz de advertencia ya ha puesto en marcha toda una cadena de reacciones corporales: el corazón te late más rápido, tu respiración se ha acelerado y las manos te sudan.

La ansiedad funciona de forma parecida: es una señal de alarma diseñada para protegernos. Pero ¿qué pasa cuando se dispara sin motivo real?

Una herramienta útil… hasta que deja de serlo

En situaciones de peligro real, la ansiedad nos prepara para actuar. Dependiendo de la rapidísima valoración que realizamos de las circunstancias o de nuestro contrincante, tomamos la decisión de tratar de escapar, enfrentarnos al enemigo o inhibir complemente el movimiento en un intento de pasar desapercibidos. Este mecanismo de supervivencia es tan antiguo como el ser humano.

Ante esa amenaza -real o percibida- se activa nuestro sistema nervioso simpático y desencadena la liberación de adrenalina y cortisol, preparando al organismo para huir, luchar o quedarse inmóvil.

  • Si huimos:

Aumenta la frecuencia cardíaca y respiratoria para llevar más oxígeno a los músculos.

El flujo sanguíneo se redirige desde órganos «no esenciales» (como el sistema digestivo) hacia las extremidades para facilitar la carrera.

  • Si luchamos:

Se tensan los músculos, las pupilas se dilatan para mejorar la visión, y la liberación de glucosa proporciona un pico de energía rápida.

  • Si nos bloqueamos (quedarse inmóvil):

En algunos casos, el cuerpo puede quedarse rígido o “congelado” como último intento de pasar desapercibido y evitar el ataque.

Este programa biológico está tan arraigado en nosotros que se activa incluso en situaciones sin peligros físicos (como una reunión o un atasco), aunque no haya nada de lo que escapar o luchar. El problema aparece cuando el cerebro activa esa respuesta sin que exista una amenaza concreta o ante el mero pensamiento de que algo pueda producirse. La ansiedad deja entonces de ser adaptativa para convertirse en obstáculo que erosiona la calidad de vida.

Un círculo vicioso

Para muchas personas, la ansiedad comienza con un simple pensamiento («¿y si me pasa algo?») o una situación cotidiana (tomar un ascensor, una reunión social). Ese estímulo dispara una reacción en cadena:

  • El cuerpo entra en alerta: corazón acelerado, sudoración, respiración agitada.
  • La mente interpreta los síntomas como una señal de peligro («me está dando un infarto», «voy a perder el control»).
  • Esta interpretación de las circunstancias incrementa la ansiedad

¿Por qué persiste la ansiedad?

El miedo es un maestro exigente. Tras una crisis de ansiedad, la persona suele evitar cualquier situación que pueda provocar otra. Deja de coger el metro, evita reuniones e incluso renuncia a planes con amigos.

Esta evitación proporciona inicialmente cierto alivio. Pero a la larga refuerza la sensación de amenaza y hace que la ansiedad gane terreno: cada vez iremos restringiendo el número de situaciones.

Algunas estrategias

Si convives con la ansiedad, algunos pequeños pasos pueden ayudarte a recuperar el control de tu vida:

  1. Comprende lo que te ocurre

Saber que los síntomas son respuestas normales del sistema nervioso puede ayudarte a reducir el miedo. No te estás volviendo loco ni estás sufriendo un infarto: tu cuerpo está activando un sistema de defensa, aunque no haya un peligro real.

2. Cuestiónate tus pensamientos

Evitar lo que te provoca ansiedad parece lógico, pero es una trampa. Enfrentarte a esas situaciones poco a poco y con apoyo profesional puede enseñarte que lo que temes no es tan peligroso como parece.

2. Deja de evitar (con cuidado)

La ansiedad alimenta ideas rígidas y catastrofistas. Aprender a observarlas y ponerlas en duda te ayudará a ganar perspectiva y salir del piloto automático.

  1. Cuida tu cuerpo

Dormir bien, moverte a diario, hacer algo de ejercicio y respirar de forma consciente pueden parecer pequeños gestos, pero regulan tu sistema nervioso y facilitan el trabajo emocional.

Y recuerda: no tienes que hacerlo sola o solo. La ansiedad persistente no suele desaparecer por sí misma. Un psicólogo puede acompañarte a identificar los patrones que la mantienen y darte herramientas para cambiarlos. Merece la pena intentarlo: son muchas las personas que han aprendido a gestionar la ansiedad.