¿Qué olvidaré hoy?
Muchas personas adultas experimentan dificultades recurrentes para organizarse, mantener la concentración o seguir el ritmo de su entorno. Lo atribuyen al estrés, a la falta de disciplina o a su «forma de ser». Sin embargo, en el gabinete nos encontramos con cierta frecuencia con trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH) sin diagnosticar tras esas síntomas.
Por mucho que se circunscriba erróneamente a la infancia, el TDAH persiste en la edad adulta y su impacto sobre las relaciones personales y laborales, la autoestima y la vida cotidiana en general puede ser notable.
No es falta de actitud, sino de activación
Uno de los grandes mitos sobre el TDAH es creer que se trata de una «incapacidad para prestar atención». En realidad, las personas con TDAH sí pueden concentrarse, pero les cuesta hacerlo de forma sostenida, selectiva o dirigida hacia tareas que no les resultan atractivas.
Este patrón responde a un problema de autorregulación atencional. Es decir, no es que no tengan atención, sino que su sistema de control atencional es inestable: pueden alternar entre periodos de distracción extrema y momentos de hiperconcentración ante estímulos de gran intensidad.
El papel de la dopamina en el rendimiento mental
La dificultad para centrar la atención en tareas rutinarias o poco motivantes no tiene que ver con la voluntad, sino con la neuroquímica cerebral. La dopamina, neurotransmisor clave en la activación y el sistema de recompensa, funciona de forma diferente en las personas con TDAH.
En contextos poco estimulantes, el nivel de dopamina es insuficiente, lo que se traduce en aburrimiento, dispersión o bloqueo. Solo cuando el estímulo es novedoso, urgente o provisto de una gran carga emocional, el sistema se activa lo bastante como para mantener la concentración.
Esto explica por qué muchas personas con TDAH rinden mejor bajo presión y procrastinan hasta el límite: no es una cuestión de pereza, sino de funcionamiento cerebral.
Señales en adultos con TDAH
Aunque los síntomas pueden variar tanto en su manifestación como intensidad, algunos de ellos -muy habituales- pueden repercutir gravemente en la calidad de vida si se repiten a menudo:
- Dificultades para priorizar, planificar y terminar tareas
- Sensación constante de caos mental o saturación
- Olvidos frecuentes de citas, tareas, compromisos
- Baja tolerancia a la monotonía o a las tareas repetitivas
- Impulsividad verbal o conductual
- Cambios constantes y tendencia a empezar muchas cosas sin terminar ninguna
- Necesidad de estímulos intensos para funcionar (y aburrimiento rápido cuando desaparecen)
En muchos casos, las personas alternan entre momentos de hiperactividad mental y periodos de desconexión, donde «se pierden» en sus pensamientos. Esta alternancia interfiere en la comunicación, el trabajo, el descanso y la capacidad de tomar decisiones.
Consecuencias funcionales y emocionales
Las dificultades conducen con frecuencia a la sensación de fracaso, frustración y agotamiento. Las personas con TDAH tienden a exigirse más de la cuenta para compensar su funcionamiento irregular. Algunas estrategias pueden funcionar (listas, alarmas, revisiones constantes), pero suelen ser insuficientes a largo plazo o en situaciones especialmente demandantes.
Estas son algunas de las quejas que escuchamos en consulta:
Ven afectada su autoimagen. E incluso personas con alta capacidad intelectual sienten que no son capaces de desarrollar su potencial.
¿Por qué no se detecta antes?
A pesar de las dificultades citadas y de ese sentimiento de fracaso, el TDAH pase desapercibido durante años. En la infancia, puede confundirse con desinterés o inmadurez. En la adolescencia, con rebeldía o pereza. En los adultos, con ansiedad, falta de voluntad o desorganización.
Solo cuando la exigencia externa supera la capacidad de autorregulación interna (por ejemplo, ante la necesidad de asumir un trabajo complejo, criar a los hijos, dificultades para conservar la pareja o emprender), la persona comienza a sospechar que hay algo más.
Evaluación y tratamiento
Un diagnóstico adecuado permite comprender el funcionamiento del propio cerebro, detectar patrones ineficaces y adquirir nuevas estrategias. La evaluación debe contemplar no solo los síntomas, sino también el contexto, el estilo de vida y la historia personal.
El tratamiento de elección combina psicoeducación, terapia cognitivo-conductual y, si las circunstancias lo aconsejan, apoyo farmacológico. El objetivo no es «curar» el TDAH, sino aprender a gestionarlo para que no condicione nuestra vida o, al menos, reducir su impacto.
Si te sientes identificado o identificada con este post, no sigas preguntándote por qué nada de lo que haces parece salir bien o siempre te queda a medias. Quizás la razón no sea la que tú piensas y la solución pase por hacer las cosas de otra forma. Solicita una evaluación neuropsicológica que te permita salir de dudas.