Siri: dime cómo me siento hoy

Caricatura de un hombre indeciso preguntando a Siri qué corbata elegir.

Siri: dime cómo me siento hoy

La pérdida sutil de la capacidad de decisión

La tecnología está a nuestro servicio para facilitarnos la vida y mejorar nuestro rendimiento cuando nos enfrentamos a tareas que incluyen pasos tediosos o incluso muy complejos. O al menos esa es la hipótesis de partida.

Paradójicamente, esas ventajas que parecen aportarnos mayor libertad y tiempo —calidad de vida, como suele decirse— comienzan a dar la impresión, en muchos casos, de estar haciendo exactamente lo contrario, mediante el sutil mecanismo de fomentar la delegación de nuestra capacidad de tomar decisiones.

¿Rojo o azul? Efectos de la indecisión

Elecciones tan sencillas como la que refleja la viñeta —¿qué corbata me pongo para determinada ocasión?— terminan siendo motivo de consulta a Siri o a cualquier otro asistente virtual.

La toma de decisiones —no me cansaré de decirlo— es un elemento clave del desarrollo del individuo. En primer lugar, porque tiene una implicación directa sobre su autoestima y bienestar emocional: pese a la incertidumbre y a la posibilidad de equivocarse, este se siente al mando de su existencia. Las personas con capacidad para tomar decisiones —y no digamos ya si estas son acertadas— tienen un pronóstico muy favorable en ambos aspectos.

No nacemos con la capacidad plenamente desarrollada de tomar decisiones complejas. Hay que entrenarla. En este proceso intervienen aspectos cognitivos (si se quiere, más racionales) y componentes emocionales: decidimos en función de lo que consideramos mejor, pero a la hora de decidir ese «mejor» pesa la huella emocional forjada por nuestro bagaje de experiencias positivas y negativas.

La toma de decisiones es subjetiva: depende de la personalidad y de las experiencias vividas. Desde esta óptica, parece difícil imaginar que alguien —sea máquina o persona— pueda decidir por ti. Seguramente su propuesta será perfectamente racional y basada en los datos de los que dispone, pero carecerá de tu sello personal, ese que hace que el proceso de toma de decisiones resulte, aunque difícil en ocasiones, también gratificante.

En definitiva, aprender a tomar decisiones exige enfrentarse a las experiencias y aprender de ellas, sean buenas o malas.

Emoción y razón

Con el uso exacerbado de la tecnología y una multitud de instagramers y youtubers que explican, sin ningún tipo de dudas, cómo debes actuar e incluso cómo debes ser,  lo que comenzó siendo una forma de recopilar información a partir de la cual  sacar tus propias conclusiones y juicios, se ha convertido, para muchos, en un gurú que dirige sus vidas, sin cabida para el sentido crítico.

Somos emoción y razón. De hecho, para muchos autores, somos bastante más emoción que razón. Y las emociones funcionan con una suerte de equilibrio entre fuerzas contrapuestas y complementarias (lo que el taoísmo representa a través del Yin y el Yang). Sentimos felicidad porque también conocemos la tristeza. Sabemos lo que es miedo porque también somos capaces de actuar con valentía. Y valoramos nuestros momentos de calma porque antes hemos experimentado agitación.

Mecanismos que subyacen tras la delegación

Un par de conceptos de la psicología cognitiva son útiles para entender por qué resulta tan fácil delegar nuestras elecciones en una máquina:

Fatiga decisional. Las investigaciones del psicólogo Roy Baumeister ponen de manifiesto lo limitado de los recursos con los que contamos para tomar decisiones a lo largo del día. Tras varias elecciones seguidas,  se reduce nuestra energía mental y mostramos mayor propensión a aceptar sugerencias externas sin cuestionarlas. De ahí que, después de un día repleto  de decisiones laborales, muchos prefieran que una aplicación elija la película de la noche.

Carga cognitiva. El psicólogo y economista Daniel Kahneman distinguía entre dos modos de pensamiento: el sistema rápido, intuitivo y automático (sistema 1), y el sistema más lento, deliberativo y racional (sistema 2). Delegar en la tecnología nos evita activar ese sistema 2 más exigente, lo que puede resultar muy atractivo a corto plazo, aunque a la larga puede atrofiar nuestra capacidad de decidir en situaciones complejas.

El ejemplo de las recomendaciones algorítmicas

Recientes estudios sobre el impacto de las recomendaciones algorítmicas revelan su capacidad para moldear nuestras elecciones sin que apenas lo notemos. Veamos un ejemplo: investigaciones sobre plataformas de música y vídeo indican que la mayoría de usuarios escucha o ve lo que el algoritmo sugiere, incluso cuando creen estar decidiendo por sí mismos. La paradoja es obvia: creemos elegir cuando solo ratificamos lo que una máquina ha decidido por nosotros.

En este apartado conviene hacer referencia a lo que conocemos como locus de control y a sus repercusiones sobre nuestro autoconcepto o la imagen que nos forjamos de nosotros mismos. Cuando la persona percibe que los resultados de sus actos dependen de sus propias decisiones, hablamos de un locus interno (las cosas suceden a causa de mi esfuerzo, actuación o decisión), muy relacionado con la sensación de autonomía y autoeficacia, con el tener las riendas de su vida. Cuanto nos acostumbramos a que una aplicación elija por nosotros, desplazamos ese locus hacia fuera (las cosas suceden por azar, suerte o por circunstancias ajenas a mi voluntad), con la consiguiente sensación de falta de iniciativa y pérdida de control.

¿Se puede entrenar la capacidad de decidir?

La psicología aplicada propone algunas estrategias para reforzar esta competencia:

  • Exposición progresiva a decisiones: al igual que un músculo se entrena aumentando paulatinamente la carga, también la capacidad de decidir mejora enfrentándonos a pequeñas elecciones diarias y evaluando sus resultados.
  • Metacognición: consiste en analizar cómo tomamos decisiones, identificar qué heurísticos usamos y valorar si son adecuados. Este entrenamiento fomenta la conciencia de los propios procesos mentales.
  • Revisión de experiencias: llevar un registro sencillo de las decisiones importantes y de sus consecuencias ayuda a detectar patrones, aprender de los errores y reforzar los aciertos.

Los asistentes virtuales, las recomendaciones automáticas y los algoritmos de personalización nos resuelven multitud de microdecisiones cotidianas. Esto resulta cómodo y funcional. Pero si normalizamos la idea de que otros —máquinas incluidas— decidan por nosotros, perderemos una de las capacidades clave de nuestro desarrollo: elegir según nuestro propio criterio.

La función del psicólogo será, por lo tanto, la de acompañarte en el proceso de recuperar la capacidad de decidir, pero en ningún caso hacerlo por ti, ya que seguiríamos reproduciendo el mismo patrón.

Conclusión: no infravaloremos la importancia de la capacidad de tomar decisiones. Sería una pena que acabásemos por preguntarle a Siri no solo qué corbata ponernos, sino también cómo deberíamos sentirnos.