A nadie le gusta ser ignorado, no importa la edad
Recientemente, he acudido a un establecimiento de telefonía acompañando a mi abuela. Su móvil -que utiliza con mucha frecuencia porque es muy parlanchina-, empezaba a recalentarse y, bueno, tal como me aclaró: «con la oreja ardiendo no hay manera de entender lo que llega del otro lado».
Así que allí estábamos las dos, sentadas escuchando con absoluta atención lo que el comercial nos explicaba sobre la nueva oferta de modelos… o al menos, lo que me explicaba a mí. Porque, pese a quedar claro desde el primer momento que la interesada y potencial compradora del teléfono era mi abuela, el eficaz vendedor se dirigía a mí exclusivamente, por más que trataba sutilmente de redirigirlo hacia mi acompañante o, al menos, de hacer que nos incluyese ambas en la conversación.
Algo he aprendido: en estos casos no hay sutileza que valga y no está de más indicar con amabilidad al interlocutor que se dirija a la persona interesada, con independencia de su edad u otras características. No digamos ya si quien es objeto de lo que se habla está haciendo esfuerzos para ser tenido en cuenta.
El escenario cambia, pero la historia se repite
He vivido situaciones semejantes en otras ocasiones (bancos, ambulatorios…): se parte del supuesto de que los adultos mayores no están capacitados para entender ni aportar información útil sobre cuestiones que les afectan directamente y repercutirán en sus vidas.
Y, en algunos casos, esto será así. Con el paso del tiempo se produce un progresivo deterioro de las capacidades físicas y psíquicas. Puede existir un déficit auditivo importante o un menoscabo de las funciones cognitivas.
La pérdida de memoria, en particular la de trabajo, se manifiesta en la incapacidad o dificultad para encontrar el término buscado, en los tiempos de respuesta prolongados, en la falta de estructuración en el discurso o en las alteraciones en la comprensión. Obviamente, la persona puede necesitar que alguien hable por ella o la represente en determinadas circunstancias. Pero esto no debe presuponerse.
Aislamiento y desmotivación
El aislamiento y el papel meramente pasivo que asume el anciano (en muchos casos, en contra de su voluntad y por falta de paciencia de su entorno) produce sentimiento de tristeza y soledad, desmotivación y una caída estrepitosa de la autoestima. La escucha activa, las muestras de interés y, no digamos ya, la conversación cercana, combate la soledad y, sobre todo, devuelve la alegría de vivir.
¿Cómo podemos facilitar la comunicación cuando hay dificultades?
Algunas estrategias sencillas -y, sobre todo, basadas en el sentido común- mejorarán notablemente la comprensión.
- Evita los ruidos de fondo (televisión, conversaciones paralela, entornos ruidos como cafeterías…): además de alteraciones asociadas a la edad que dificultan el habla y la comprensión, el mayor puede sufrir un déficit auditivo. Un entorno tranquilo evitará distracciones y frustrantes esfuerzos para discriminar sonidos. Comprueba que está a gusto en ese entorno.
- Controla tu volumen de voz: una dicción clara, un habla pausada y una entonación agradable hacen maravillas. No se trata de hablar a gritos, sino de dar con el volumen que resulte agradable para ambas partes.
- Dirige la voz hacia tu interlocutor y no olvides el contacto visual.
- Habla de temas con los que esté familiarizado y cíñete a ellos: es posible que haya una restricción en los temas de interés, así que ten en cuenta las materias que le gustan. Utiliza frases claras, evitando expresiones rebuscadas y saltar de una idea a otra. Repítelas si crees que no lo ha entendido.
- Haz preguntas directas y facilita la toma de decisiones, si la indecisión le provoca malestar: «¿Te apetece un té?» mejor que «¿Quieres beber algo?».
- Deja que te hable de sus recuerdos: aunque la memoria de trabajo esté afectada, la persona mayor conserva, por lo general, sus recuerdos autobiográficos. Esto le permite rememorar hechos que ocurrieron durante su juventud y disfrutar narrándolos. Las canciones, los poemas, los refranes e incluso las oraciones ocupan un lugar muy especial en esos recuerdos.
- Escucha activamente: los gastos, las ayudas visuales y el contacto facilitan muchísimo la comunicación. Nada hay más gratificante para cualquiera (con independencia de la edad) que notar que quien nos escucha se interesa por lo que le contamos y, en particular, por lo que sentimos.
- Y muy importante: olvida las prisas. No atosigues a tu interlocutor. Deja que se tome su tiempo para responder. La paciencia, el cariño y el respeto son la mejor terapia.
Reflexiones de un viejo histólogo que cambió la visión de las neuronas
Termino este post recordando al magnífico Santiago Ramón y Cajal, padre de la moderna neurología, quien perteneció además al restringido club de los octogenarios españoles de su tiempo.
Cuenta Cajal en sus memorias tituladas «El mundo visto a los ochenta años», las vicisitudes a las que la edad enfrenta a una persona repleta de vitalidad física e intelectual como había sido su caso, destacando entre otras duras pruebas «la dureza de oído, que me obliga a conversar con familia y amigos a gritos. Y sufro la contrariedad de advertir como estos, hartos de desgañitarse, adoptan el comodín del cuchicheo. El pobre sordo, víctima del tedio, termina por aislarse. Con razón decían los griegos que el silencio destruye la amistad.»
Cajal escribía estas palabras en la primavera de 1934, poco antes de su muerte. Ha transcurrido casi un siglo desde entonces y esa soledad de la que hablaba -empujada por el deterioro físico o cognitivo- sigue patente en nuestra sociedad moderna, donde los riesgos de la falta de comunicación y la soledad indeseada son un tema recurrente. Queda mucho por hacer, empezando porque nuestros mayores sean tratados con la deferencia que merecen en el hogar y en los espacios públicos.