Estoy desmotivado

Cómic de oficina: un trabajador en pijama desmotivado y su compañero preocupado

Estoy desmotivado

Trabajador desmotivado y compañero preocupado

Quien más y quien menos se ha enfrentado a momentos puntuales de apatía y desinterés, esa sensación de que la mente funciona al ralentí y nuestros actos parecen arrastrados por la fuerza de la inercia.

Cuando la falta de motivación se prolongada  en el tiempo  termina afectando (a veces mucho)  a nuestra vida personal y profesional. Tras ese «no tengo ganas de nada» hay una base psico-neurobiológica que explica por qué en determinados momentos nos resulta tan difícil activarnos y recuperar el interés por las cosas. Analizar ese trasfondo nos permite comprender las causas de la desmotivación y plantear algunas estrategias para revertirla.

Neurobiología de la desmotivación

La motivación no es solo cuestión de voluntad: tras ella subyace una completa interacción entre distintas áreas cerebrales y sistemas neuroquímicos:

  • Sobreactivación de la amígdala: este núcleo, que gestiona las emociones y la detección de amenazas, puede permanecer en alerta continua tras periodos de estrés prolongado. Este estado de hiperactivación genera una percepción distorsionada de la realidad, como si cualquier esfuerzo fuera potencialmente peligroso o inútil.
  • Disminución del rendimiento de la corteza prefrontal: la región encargada de planificar, tomar decisiones y modular las emociones reduce su actividad bajo la influencia del cortisol, la hormona del estrés. Esto afecta a la capacidad de organizar tareas y a la claridad mental.
  • Alteración del circuito de recompensa dopaminérgico: cuando caen los niveles de dopamina, actividades que antes producían satisfacción pierden su atractivo. Este fenómeno se conoce como anhedonia y está relacionado con la desmotivación crónica.
  • Cambios en el hipocampo y la memoria emocional: en estados de estrés o apatía las experiencias negativas tienden a fijarse con más fuerza que las positivas, reforzando un bucle mental en el que el futuro se percibe como poco prometedor.
  • Descompensación del sistema nervioso autónomo: el predominio del sistema simpático mantiene al organismo en «modo alerta», dificultando los procesos de relajación y reparación. Esto puede manifestarse como fatiga persistente, tensión muscular o trastornos digestivos.

Psicología de la desmotivación

Desde el punto de vista psicológico son muchos los factores internos y externos que afectan a nuestra percepción del esfuerzo y la recompensa. Enumeramos a continuación algunos:

1. Factores cognitivos

  • Percepción de baja recompensa: si creemos que lo que hacemos no vale la pena o no generará un resultado satisfactorio, el cerebro tiende a reducir la activación motivacional.
  • Coste de oportunidad: ante otras actividades más atractivas, disminuye nuestra motivación para la tarea actual.
  • Fatiga mental: tras periodos de esfuerzo prolongado, el cerebro puede reducir la motivación como mecanismo de autoprotección para evitar sobreesfuerzos.
2. Factores emocionales

  • Estrés o ansiedad: pueden bloquear la capacidad de plantearnos objetivos a largo plazo.
  • Baja autoestima: si nos sentimos incapaces de lograr algo, es  poco probable que nos sintamos motivados para intentarlo (indefensión aprendida).
  • Aburrimiento o falta de conexión emocional con la tarea.

3. Factores contextuales

  • Entornos poco estimulantes: tareas repetitivas o ambientes sin reconocimiento ni apoyo.
  • Falta de autonomía: considerar  que las metas no son propias sino impuestas.

El «pon de tu parte» puede no ser suficiente

Cuando el cerebro detecta que el esfuerzo no ofrece una recompensa adecuada, apaga parte del sistema motivacional para protegerse.

Estudios del Instituto Cajal (Enríquez  Traba & Moratalla, Nature Neuroscience 2024) arrojan datos de interés: el receptor D3 dopaminérgico controla la motivación, mientras que el D1 regula el refuerzo de la conducta. Podemos perder la motivación para iniciar una tarea sin que se borre lo aprendido o el valor de la experiencia.

Investigaciones con técnicas de neuroimagen funcional  (Lin et al., 2022) revelan que, cuando hay opciones más atractivas,  desciende la actividad frontal theta, lo que refleja menor energía mental. El cerebro dedica menos esfuerzo consciente a la tarea y prioriza la conservación de recursos cognitivos.

Un último apunte: revisiones recientes de la neurociencia cognitiva (Jiang & Zheng, Cognitive, Affective & Behavioral Neuroscience, 2023) destacan la función de la fatiga metal (íntimamente relacionada con la desmotivación como consecuencia conductual) como  recurso protector, no como defecto moral. Su función es «ahorrar» sobrecarga cognitiva cuando percibimos que el esfuerzo ya no compensa la posible recompensa.

Reactivar el sistema motivacional

Algunas estrategias pueden ayudarnos a salir del bache:

  1. Reajustar el sistema nervioso: actividades como la respiración diafragmática, la inmersión en agua fría u otros ejercicios de estimulación vagal  (tararear o recitar, yoga, mindfulness u otros tipos de meditación…), la actividad física o el contacto social (abrazos, caricias) nos ayudan a activar el sistema parasimpático, favoreciendo la recuperación del equilibrio fisiológico.
  2. Fomentar los pequeños logros y recompensas: realizar pequeñas tareas gratificantes  (aunque al principio no apetezcan demasiado) activa el circuito de  recompensa. No se trata de introducir grandes cambios (que son difíciles de mantener, por cierto), sino  de aprovechar el efecto acumulativo de los pequeños logros.
  3. Introducir variabilidad ambiental: la novedad es un potente estimulador de la dopamina. Cambiar el lugar de trabajo, modificar la rutina o explorar nuevos intereses puede reactivar la curiosidad y el interés.
  4. Trabajar la narrativa interna: la forma en cómo interpretamos nuestras experiencias influye en la motivación. La escritura reflexiva o terapéutica (anotando diariamente alguna experiencia positiva) ayuda a procesar emociones y a reorganizar la narrativa personal.
  5. Reconectar con el cuerpo: el movimiento físico, incluso en su forma más ligera (estiramientos, paseos al aire libre) tiene un efecto directo sobre la química cerebral.
  6. Explorar el papel del aburrimiento patológico: estudios recientes muestran que la incapacidad de tolerar el aburrimiento se asocia a un mayor riesgo de desmotivación crónica. Aprender a convivir con momentos de vacío, sin buscar estímulos externos inmediatos, favorece la capacidad de autorregulación.

Aportación del psicólogo

La terapia cognitivo-conductual y los enfoques de tercera generación, como la terapia de aceptación y compromiso (ACT), han demostrado su eficacia ante la desmotivación, a través de las estrategias de afrontamiento y la modificación de patrones asociados con la desmotivación crónica. En algunos casos,  puede ser necesario el abordaje médico para evaluar posibles alteraciones neuroquímicas.

¿Qué podemos inferir de lo anterior? La desmotivación no siempre es un gesto de debilidad, sino un sistema de alarma que nos advierte de que las cosas no van bien y  necesitamos recuperar el equilibro homeostático. Mantenida en el tiempo, sin embargo, genera «inercia mental» y salir de ese estado es bastante más difícil.