Pensamientos catastrofistas

Hombre nervioso esperando una entrevista, rodeado de pensamientos catastrofistas.

Pensamientos catastrofistas

¿Te sorprende cuando las cosas salen bien? ¿Te has preguntado si tal vez no pasarás demasiado tiempo anticipando lo peor?

Marta regenta un pequeño establecimiento de comida preparada. Disfruta enormemente de su trabajo porque le permite combinar dos de sus grandes pasiones: la cocina y el trato directo con los clientes. Sin embargo, en las últimas semanas, está preocupada. El contrato de arrendamiento del local está a punto de vencer y aunque siempre ha abonado la renta puntualmente y cuida el establecimiento con el mismo cariño que si fuera suyo, no puede evitar sentirse inquieta.

En su mente, las dudas se agolpan:
«¿Y si el propietario no me renueva el contrato? ¿Y si me sube la renta y no puedo afrontarla? O peor aún, ¿y si decide vender el local o transformarlo en otro negocio?»

A medida que se acerca la fecha de la reunión con el arrendador, Marta siente cómo el nudo en el estómago que le acompaña a todas partes no hace más que crecer.  Acude a la cita con una actitud defensiva y el convencimiento de que, en el mejor de los casos, regresará a casa con un contrato leonino que comprometerá su futuro.

Colocarse siempre en lo peor

¿El resultado?

  • La conversación con el arrendador es, desde el principio, un intercambio tenso debido a la actitud defensiva de Marta.
  • La negociación es poco fluida porque Marta, convencida de que cualquier oferta del arrendador actuará en su perjuicio, malinterpreta las propuestas de este.
  • La experiencia resulta desagradable para ambas partes y sienta un mal precedente para futuras interacciones.

Por suerte, el final de esta historia es feliz. Pese a las profecías agoreras y a algún que otro malentendido durante la conversación, el arrendador no tenía intención de subir la renta. Es más, deseoso de jubilarse, le ofreció un contrato sin fecha de vencimiento para que pudiera continuar con el negocio sin preocupaciones.

Todo acabó bien pese a los esfuerzos de nuestra protagonista por hacer realidad sus peores presentimientos.

¿Y si las cosas hubieran salido mal?

Es cierto que las cosas podrían haber sucedido de forma distinta y los temores de Marta verse cumplidos. Pero incluso en ese escenario, podemos preguntarnos:

  • ¿No habría sido más útil acudir a la reunión con una actitud colaborativa para intentar negociar una solución que beneficiara a ambas partes?
  • ¿No habría sido más práctico dedicar la energía invertida en preocuparse a elaborar un «plan B» por si la renovación del contrato no  hubiera prosperado?

La mente como obstáculo

Situaciones como la de Marta son un ejemplo de cómo los pensamientos catastrofistas condicionan nuestra forma de actuar. Anticipar únicamente los peores escenarios no solo alimenta la ansiedad; también provoca comportamientos poco eficaces que, paradójicamente, aumentan la probabilidad de que las cosas salgan mal: es lo que se conoce como la «profecía autocumplida»: nuestras creencias o expectativas sobre una situación o persona influyen en el contexto de tal forma que acaban haciendo realidad esa creencia, aunque al principio no fuera cierta.

El sector bancario conoce bien este tipo de profecías que se las ha hecho pasar canutos en momentos de crisis: si corre la voz entre los clientes de que un banco va a quebrar (aunque no sea cierto), todos querrán retirar su dinero, lo que conduce inevitablemente a la quiebra.

Cómo gestionar los pensamientos negativos

Te propongo algunas recomendaciones para reducir la visión catastrofista de las cosas:

  • Identifica creencias irracionales: ¿estoy dando por hecho que ocurrirá lo peor sin pruebas reales?
  • Cuestiónate los pensamientos automáticos: ¿qué evidencias hay a favor y en contra de esta preocupación?
  • Analiza alternativas: ¿qué otras posibilidades existen además del peor escenario?
  • Y céntrate en lo que está en tu mano, no en aquello que no puedes controlar: ¿qué acciones prácticas puedo tomar para estar preparada?

Y recuerda:

Preocuparse ante las situaciones inciertas es de lo más humano. La preocupación es una eficaz herramienta que nos lleva a anticipar escenarios futuros y preparar planes B. Pero cuando la magnitud de esa preocupación es tal que nos impide tomar decisiones serenas y objetivas (al menos cuanto es posible), termina provocando desazón y ansiedad, incapacidad de planificar nada… y, probablemente, profecías autocumplidas.

De acuerdo, siempre podrás decir eso de: «No, sí ya sabía yo que las cosas saldrían mal». Pero no estaría de más que te preguntases con toda la sinceridad que puedas hasta qué punto no has hecho tú lo posible para que ese fuese el resultado.