Disfemia: entre lo neurológico y lo social

Mujer adulta hablando en público con expresión de concentración, ilustrando el reto de la disfemia en adultos.

Disfemia: entre lo neurológico y lo social

Durante décadas se ha vinculado la disfemia o tartamudez con factores emocionales como la ansiedad, la timidez o el estrés. Aunque estas asociaciones no son infundadas, sabemos que no reflejan el origen real del trastorno.

La disfemia no es inseguridad

La evidencia actual apunta a la base neurológica de la disfemia, concretamente en el área del cerebro encargada de la planificación motora del habla. No se trata, por consiguiente, de un problema emocional con consecuencias en el lenguaje, sino de una alteración en los mecanismos que gestionan la producción del habla.

Dicho lo anterior, no podemos ignorar que los factores emocionales influyen en el comportamiento, tengas o no disfemia, porque el lenguaje forma parte de nuestros comportamientos. Pero en los adultos  con tartamudez, estas emociones pueden amplificar los bloqueos y disfluencias, haciéndolos mucho más exagerados. Aunque no son la causa, actúan como moduladores del síntoma.

Infancia y adultez: dos trayectorias distintas

El modo en que se experimenta y afronta la tartamudez varía considerablemente en función de las etapas de la vida. En la infancia, sobre todo antes de los seis años, no existe una percepción clara del juicio social. El niño puede sentir frustración, pero rara vez le embarga la vergüenza. Este sentimiento, sin embargo, es habitual en los adultos con disfemia. Esto les lleva a desarrollar complejas estrategias de evitación y control del habla que, muchas veces, resultan contraproducentes.

A partir de la adolescencia, el componente social cobra protagonismo. La anticipación de situaciones comunicativas puede generar una tensión adicional que agrava las disfluencias. Se produce entonces la tormenta perfecta: cuanto más intenta la persona controlar su habla, más notorios se vuelven los bloqueos y, esto a su vez, refuerza la ansiedad anticipatoria, el miedo al juicio y la sensación de pérdida de control.

La interpretación del interlocutor

Desde fuera, lo que el interlocutor percibe suele ser malinterpretado. Los bloqueos, repeticiones o pausas forzadas se interpretan como signos de nerviosismo o incomodidad, cuando en realidad pueden ser simplemente el resultado del esfuerzo por articular correctamente una palabra. Esta lectura errónea puede conducir a intervenciones bienintencionadas pero contraproducentes, como frases de consuelo innecesario, completar la palabra por la persona o mostrar impaciencia.

Una paciente adulta lo resumía de forma muy ilustrativa:

«No estaba nerviosa, pero los comentarios de mi interlocutora terminaron poniéndome nerviosa. Me di cuenta de que estaba centrando su atención justamente en lo que quería que pasara desapercibido: mi dificultad para hablar con fluidez. Sentí que su incomodidad me la pasaba a mí.»

¿Quién necesita tranquilizarse?

Quizás la cuestión no sea cómo ayudar a la persona que tartamudea, sino cómo reaccionar de forma adecuada. En muchas ocasiones, es el interlocutor quien debe aprender a gestionar su propia incomodidad. La mejor ayuda es adoptar una actitud natural: mantener el contacto visual, mostrar apertura en el lenguaje corporal y esperar sin prisas a que la persona termine de hablar. Simplemente eso.

Interrumpir, completar palabras o los gestos manifiestos de impaciencia poco ocultos añaden una carga de tensión innecesaria al momento. A largo plazo, estas reacciones pueden afectar al bienestar psicológico de la persona con disfemia mucho más que la tartamudez en sí.

Mitos y realidades

Mito Realidad
La tartamudez se debe a los nervios o a la timidez. Tiene origen neurológico. Los factores emocionales pueden influir, pero no la causan.
Si una persona tartamudea, es porque está insegura o poco preparada. El bloqueo puede aparecer incluso con ideas claras. Es una dificultad motora, no cognitiva.
Con fuerza de voluntad, la tartamudez se supera. No se trata de «esforzarse más». El control consciente puede empeorar los bloqueos.
Dejar que acaben la palabra es una ayuda. Interrumpir o completar puede generar más tensión. Escuchar con paciencia es mucho más útil.
Hablar en público es imposible para alguien con disfemia. Con acompañamiento adecuado, muchas personas tartamudean con confianza incluso en contextos formales.
Los adultos ya no pueden mejorar su fluidez. La disfemia tiene, por lo general, mejor pronóstico cuando se trata en la niñez, sobre todo, si la intervención se realiza antes de que se instauren patrones de evitación, frustración o ansiedad social. Sin embargo, existen estrategias terapéuticas eficaces también en la edad adulta.