TDAH en adultos: el reto del autocontrol
Cuando pensamos en ese amigo o conocido «tan impulsivo» (o en esa amiga o conocida) solemos recordar de inmediato alguna anécdota que ilustra lo mucho que le cuesta no meterse en follones (y, en ocasiones, arrastrarnos con ellos), sin que parezca importarle demasiado el peligro o las consecuencias futuras. Es muy posible que destaquemos también su atracción hacia los estímulos intensos (que muchas veces se traduce en predilección por las actividades de riesgo) y su búsqueda de gratificaciones inmediatas. Esta impulsividad afecta a su vida cotidiana: desde accidentes y conflictos con la pareja o los amigos, hasta problemas laborales o incluso la aparición de hábitos adictivos.
Impulsividad en la vida cotidiana
Aunque las manifestaciones siguientes no sean tan llamativas como las que salpican esas anécdotas, no dejan de complicar muchísimo el día a día del adulto impulsivo:
- Hablar sin filtro: la persona impulsiva tiende a decir lo primero que le pasa por la cabeza, sin evaluar las consecuencias. Esto la hace particularmente propensa a interrumpir conversaciones, entrometerse en asuntos ajenos, revelar información de la que debería haber guardado secreto o a no darse cuenta de los efectos de sus palabras sobre su interlocutor.
- Incapacidad para esperar: a nadie nos gusta hacer cola o esperar turno en el ambulatorio, por ejemplo. Pero para la persona impulsiva, aguardar turno (incluso para hablar) puede ser un reto mayúsculo. Muchas veces optan por evitar esas situaciones aunque con ello pierdan ocasiones que habían anhelado.
- Mala tolerancia a la frustración: enfrentarse a tareas que requieren atención sostenida y no obtener resultados inmediatos puede desencadenar irritación, ansiedad o apatía. A veces, la persona abandona la tarea simplemente porque la sensación de malestar es demasiado intensa.
- Inconsistencia en las tareas: cualquier nuevo estímulo parece igual de importante que el anterior. Esto hace que empiece una tarea y, sin acabarla, salte a otra porque le resulta más motivadora o porque teme olvidarla. La jornada termina siendo un cúmulo de tareas a medio terminar con el consiguiente malestar.
- Mayor vulnerabilidad a adicciones: la búsqueda de emociones fuertes y la urgencia por aliviar el malestar aumenta el riesgo de terminar desarrollando hábitos adictivos, como el consumo excesivo de internet, comida, compras o sustancias.
Impulsividad y autorregulación emocional
La impulsividad en el TDAH no se reduce a «actuar sin pensar». También repercute en la forma en cómo la persona procesa y responde a sus emociones. Es lo que llamamos disregulación emocional y está muy relacionado con los mecanismos cerebrales que explican la impulsividad motora y cognitiva.
El cerebro de un adulto con TDAH tiene dificultades para frenar o inhibir reacciones automáticas, lo que hace que las emociones surjan con rapidez y sin control. Esto significa que:
- Las emociones irrumpen con intensidad: el adulto se siente arrastrado por la ira, la tristeza o la euforia. Puede percibir un pequeño contratiempo como una amenaza importante.
- El «freno interno» no funciona debidamente: mientras otras personas pueden tomarse unos segundos para reflexionar antes de actuar («pensar en frío»), el adulto con TDAH puede responder de manera impulsiva (gritar, llorar, enviar un mensaje sin pensar, etc.).
- La capacidad para calmarse está alterada: una vez que se dispara la emoción, es muy difícil «bajar la intensidad» y recuperar el estado de calma.
¿Se puede trabajar la autorregulación?
Sí. Aunque estas dificultades tienen una base neurobiológica, existen estrategias para compensarlas:
- Técnicas de mindfulness y respiración para ganar segundos antes de reaccionar
- Aprender a identificar señales tempranas de emoción intensa.
- Terapias centradas en la regulación emocional (TCC o DBT).
- Ejercicio físico regular para mejorar el control de los impulsos a nivel cerebral.
Conclusión: la dificultad para autorregularse en adultos con TDAH es una consecuencia directa de la impulsividad, que afecta no solo a la conducta sino también a la gestión de las emociones. Afortunadamente, existen herramientas para mejorarla. Y cuanto antes se apliquen, mejor.
A modo de curiosidad: una famosa anécdota atribuye al explorador Ernest Shackleton el siguiente anuncio en el periódico buscando a personas que quisieran acompañarle en su expedición a la Antártida: «Se buscan hombres para viaje peligroso. Sueldo bajo, frío extremo, largos meses de completa oscuridad, peligro constante y retorno dudoso. Honor y reconocimiento en caso de éxito».
Shackleton hizo gala de un estilo de liderazgo aventurero caracterizado por la impulsividad, la atracción por el riesgo, la adaptabilidad y la energía a raudales, rasgos de personalidad que se asocian con frecuencia al TDAH. Por lo que sé, no hay estudios psicológicos acerca de estos grandes aventureros, pero sería interesante saber si tras ellos y quienes los siguieron hasta el fin del mundo no habría un buen puñado de adultos con TDAH.