Introspección

Ejemplo de introspección diaria: adulto sentado en calma practicando autocuidado emocional con cartel de no molestar.

Introspección

Una eficaz e infravalorada herramienta

Tal vez seas uno de los afortunados que saben discernir entre lo «imprescindible» y lo que «no lo es, aunque pueda parecerlo». Enhorabuena: tienes mucho más fácil lo de priorizar tareas, desechar aquellas que no son prioritarias -si suponen una carga añadida- sin sentirte mal por ello, tomarte tiempo para ti y relativizar las cosas cuando las circunstancias se complican.

Pero hemos de reconocer que la cultura en la que estamos inmersos no facilita las cosas: la inmediatez, la productividad y la percepción de estar siempre ocupados son los nuevos parámetros por los que se mide el éxito personal.  Todo cuanto se percibe como improductivo, es decir, no hay vinculación con un beneficio tangible, despierta, por lo general, un íntimo sentimiento de culpa. Nuestra existencia parece regirse por el lema de «la vida es demasiado corta para parar un segundo».

La cotidianeidad es un bucle de reuniones, plazos, obligaciones familiares, compromisos sociales y una lista interminable de tareas. Ante tal listado de actividades pendientes, la idea de dedicar unos minutos a la introspección parece casi un lujo. La respuesta habitual acostumbra a ser: «No tengo tiempo para eso». Y continuamos adelante con esa desagradable sensación de correr como pollo sin cabeza para cumplir con todas las expectativas, propias y ajenas.

 Autocuidado real frente al superficial

Cuando pensamos en autocuidado, solemos imaginar actividades externas: practicar deporte, iniciar una dieta, acudir a clases de yoga o reservar un masaje.  Todas estas opciones pueden aportar beneficios, pero entrañan el riesgo  de que se conviertan en nuevas exigencias que nos generen más presión: otra casilla que tachar de la agenda diaria o semanal.

En este sentido, la introspección es verdaderamente cómoda: no requiere equipamiento, desembolso económico ni grandes cantidades de tiempo. Solo necesitas estar un ratito contigo mismo o misma; crear un espacio personal para ti en el que comprenderte mejor. Y para empezar, bastan un par de minutos diarios. A la vista de los resultados, tú decides si te merece la pena ampliar ese tiempo.

¿Qué es la introspección?

Consiste en el acto deliberado de observar nuestros pensamientos, emociones y conductas con atención consciente. No se trata de darle vueltas a los problemas una y otra vez, sino de plantearse, con franqueza, las preguntas siguientes:

  • ¿Qué emociones me han acompañado a lo largo del día?
  • ¿Qué situaciones han despertado esas emociones?
  • ¿Qué necesidades o miedos se esconden detrás de mis reacciones?

Este ejercicio práctico nos permite identificar patrones de pensamiento, reconocer cómo influyen nuestras experiencias pasadas en el presente y encontrar formas de actuación más coherentes con lo que necesitamos para sentirnos mejor.

¿Por qué es necesaria?

En un mundo donde lo urgente eclipsa lo importante -ya se trate de la vida personal o profesional-, esos instantes de reflexión ofrecen innegables beneficios:

  • Evita reacciones automáticas: cuando no nos detenemos a pensar, repetimos los mismos errores una y otra vez. Repetir un patrón que no funciona esperando un resultado distinto es casi tan descabellado como confiar en resolver un problema económico comprando un billete de lotería.
  • Fortalece la autoestima: cuando identificas lo que sientes, entiendes mejor por qué actúas de una determinada forma. Esto te da más control sobre tu comportamiento y evita que las emociones dirijan tu conducta sin más.
  • Mejora las relaciones: al reconocer tus reacciones, puedes explicarlas en lugar de descargarlas sobre los demás. La conversación es mucho más fluida y el riesgo de malentendidos mucho  menor.
  • Reduce el estrés: al poner nombre a lo que pasa, dejas de sentirlo como un «caos difuso». A mayor claridad, menor carga emocional, lo que te permite afrontar el problema con medidas concretas.

Cómo iniciarse en la introspección diaria

No es necesario ser un experto en psicología para empezar. Te propongo un plan sencillo:

  1. Comprueba tu estado emocional. Al final del día, pregúntate cómo te sientes. Sustituye expresiones vagas como «bien» o «mal» por palabras concretas: frustrado, agradecida, entusiasmado, insegura… Cuanto más preciso sea tu vocabulario emocional, más eficaz será el ejercicio de introspección
  2. Revisa los momentos clave del día. Piensa en al menos dos situaciones que te hayan generado emociones intensas. Puede ser una discusión con alguien, un éxito laboral, una charla agradable o incluso un rato de soledad reparadora.
  3. Identifica los desencadenantes. Pregúntate qué hay detrás de esas emociones. Al principio surgirán explicaciones rápidas («mi pareja no me entiende», «mi jefe es injusto»). Pero si profundizas, quizás descubras que el origen real de tu malestar no es ese y tiene mucho que ver, por ejemplo, con sentirte desbordado o desbordada, con patrones aprendidos o con no darte un espacio.
  4. Valida lo que sientes. Las emociones no son defectos que debamos eliminar.  Durante mucho tiempo se ha hablado de emociones positivas y negativas (en el sentido de emociones buenas y emociones malas). Esta clasificación  carece de sentido y genera con frecuencia confusión: toda emoción tiene una función adaptativa.

Cuando tomamos decisiones personales que nacen de nosotros mismos, sin dejarnos arrastrar por las presiones sociales o las sugerencias de otros —aunque sean bien intencionadas—, sentimos mayor sensación de asumir el control de nuestra vida. Lo que ocurre a lo largo del día empieza a tener sentido: entendemos el porqué de nuestras acciones y eso nos previene de repetir errores. Esta claridad mejora nuestras relaciones con los demás, porque al estar bien, también estamos mejor con quienes nos rodean.

Una inversión a largo plazo

Quizá sigas pensando que no tienes tiempo para la introspección diaria, pese a que te da la impresión de no hacer otra cosa que correr de un lado para otro. Yo diría que la pregunta que debes plantearte es la siguiente: ¿puedo permitirme no hacerlo?

Sin esta pausa consciente, repetimos patrones, alimentamos tensiones y seguimos luchando contra problemas mal definidos. La introspección no hace que desaparezcan los obstáculos, pero nos permite reconocer dónde está el verdadero problema y enfrentarlo con más eficacia.

Dedicar unos minutos a este ejercicio puede parecer poco, pero notarás pronto sus beneficios: mayor bienestar emocional, relaciones más sanas y una vida más coherente.