Distimia

Mujer joven cabizbaja entre la multitud, representación de la distimia y la depresión persistente.

Distimia

Ese insidioso vacío interno

«Me siento atrapada en una tristeza pegajosa que lo impregna todo». Así explicaba una paciente como se sucedían sus días desde un tiempo que era incapaz de precisar, pero que a ella le parecían «toda una vida». Pese a la insistencia de su pareja de buscar ayuda, se aferraba a la justificación de que «siempre he sido así». Hoy, consciente de que estaba arrastrando a su pareja en su tristeza, había dado el paso de visitar a una terapeuta.

Hay personas de temperamento melancólico y tendencia a la introspección o a los estados de tristeza ocasionales. Nada de ello interfiere en su vida cotidiana ni les impide disfrutar de sus hobbies y vínculos ni cumplir con sus responsabilidades. Esta es una diferencia clave respecto a lo que expresaba esta paciente: la distimia -un estado depresivo persistente de baja intensidad- puede terminar siendo incapacitante para quien la sufre.

La normalización de la tristeza crónica —alegando las justificaciones más variadas— es una trampa habitual en la depresión de baja intensidad, donde se suele disfrazar de cansancio, de desgana o de «todo me da igual».

Algunos comentarios que escuchamos en consulta

  • «Vivo agotada aunque haya dormido».
  • «No me ilusiona nada de lo que antes me gustaba».
  • «Hago las cosas porque toca hacerlas, sin ganas».
  • «Me cuesta decidir; nada me parece importante».
  • «Me da la sensación de ser un carga para los míos».
  • «Me siento culpable de no vivir la vida como debería».

La depresión leve se manifiesta de forma discreta y se esconde tras rutinas cumplidas de forma automática,  conversaciones llenas de «debería» y la usencia de la palabra «quiero». La aparente funcionalidad de quien la padece —sigue trabajando, cuidando de la familia, cumpliendo las obligaciones ineludibles— hace que la situación se trampee durante años.

El cuerpo también se manifiesta

El malestar no se reduce a lo emocional. El cuerpo muestra señales que muchas veces son interpretados, por quien los padece, como problemas aislados:

  • Dolores musculares recurrentes.
  • Trastornos digestivos sin explicación médica clara.
  • Cefaleas tensionales.
  • Alteraciones en el sueño.

Impacto en la vida laboral

El trabajo ocupa gran parte del día del adulto.  También es, por consiguiente, escenario de los efectos de la distimia:

  • Dificultad para concentrarse.
  • Procrastinación.
  • Falta de iniciativa y creatividad.
  • Baja tolerancia a la frustración.

Un error corriente es tratar de compensar la apatía con más esfuerzo. «Si estoy desanimado, me exijo el doble para que no se note». El resultado es un bucle de agotamiento, culpa y frustración que alimenta aún más el malestar. Un aparente «estrés laboral» puede ocultar un trasfondo depresivo.

Impacto sobre los convivientes

La distimia no afecta solo a quien la sufre. Las parejas, familiares o amigos también reconocen impotencia y desgaste como resultado de:

  • el esfuerzo constante por animar sin resultados.
  • el temor a decir algo que empeore la situación.
  • la frustración de ver sufrir a alguien querido sin poder «arreglarlo».
  • el cansancio emocional que acaba contagiando al entorno.

Esta tensión puede provocar el distanciamiento de la pareja, donde ambas partes se sienten perdidas: una por no saber cómo pedir ayuda, la otra por no saber cómo ofrecerla.

Depresión en la vejez

En personas mayores, la depresión leve pasa aún más desapercibida. Se confunde con «achaques de la edad», como cansancio, pérdida de interés o aislamiento. Pero no lo olvidemos: no es lo mismo envejecer que vivir apagado por una depresión no tratada.

Rutinas que ayudan

No buscamos grandes cambios, sino la acción acumulativa de los pequeños pasos:

  • Caminar 10 minutos diarios, aunque no haya ganas.
  • Mantener horarios regulares de comida y descanso.
  • Contactar al menos una vez por semana con alguien de confianza.
  • Reducir la autoexigencia: sustituir el «debo estar bien» por el «voy a dar un pequeño paso hoy».

¿Por donde empezar?

Si te sientes reflejado o reflejada en lo anterior, pueden ser de ayuda las pautas siguientes:

  • Empieza por reconocer la existencia de un problema: deja de atribuirlo a «tu carácter» o a una supuesta debilidad.
  • Habla sin tapujos, incluso aunque te parezca que no sirve de nada. El silencio alimenta la soledad.
  • Acepta que no se sale solo de esto: la fuerza de voluntad no basta.
  • Busca ayuda profesional: no para «curarte rápido» (en psicología no existe eso de las curaciones milagrosas) sino para aprender a entender y gestionar lo que te ocurre.
  • Trata de cuidar de tu entorno: la pareja y la familia necesitan espacios de apoyo, porque acompañar a la persona a quien quieres en la tristeza y el malestar es muy desgastante.

Pero mi consejo más encarecido es que acudas a un profesional. En el terreno de la distimia, la fuerza de voluntad a veces no es suficiente.

Una depresión de baja intensidad mantenida en el tiempo puede pasar desapercibida durante años porque la persona sigue funcionando como buenamente puede. Pero eso no significa que esté bien. Reconocer señales persistentes como la falta de energía, el vacío emocional o el aislamiento —sin caer en el error de normalizarlas—  es el primer paso para evitar condiciones futuras más difícil de manejar.