Que tire la primera piedra quien esté libre de ellas
Hasta la conversión oficial del Imperio Romano al cristianismo, esta religión, cimentada en el culto a un solo dios, era calificada por los gobernantes y ciudadanos romanos de tremenda y nociva «superstitio», cuyos practicantes debían ser perseguidos por todos los medios. Anfiteatros tan espectaculares como el Coliseo de Roma, con zonas destinadas a alojar leones hambrientos, dan fe de lo mal que lo pasaron quienes se atrevieron a abandonar el politeísmo (que incluía el culto al emperador) para unirse a una religión monoteísta.
Las supersticiones, como se desprende del párrafo anterior, están estrechamente vinculadas con los usos culturales y reflejan los valores, miedos y estructuras simbólicas de una comunidad.
Además, forman parte del acervo humano desde el principio de los tiempos. Ya sea a través de mecanismos sencillos, como portar un amuleto, o de complejas ceremonias, son una forma práctica de calmar la inquietud provocada por el desconocimiento o la incertidumbre. Porque si algo causa más ansiedad al ser humano que lo malo conocido es lo bueno por conocer.
No es de extrañar que incluso el más racional de nosotros elija, para acudir a una entrevista de importancia, una camisa o unos pendientes concretos porque el día que los estrenó todo le salió de maravilla. Y probablemente justificará su elección con sofisticados razonamientos.
Una naturaleza autojustificativa
Esta es una de las razones de la eficacia de las supersticiones: abarcan una cosa y su contraria. Se cumplan o no, siempre se autojustifican. No conozco a nadie que se deshaga de su amuleto de la suerte porque le falle de vez en cuando.
Al hilo de lo anterior, me viene a la mente una anécdota que viví hace años. Por motivos que no vienen al caso, conocí a una pareja de Testigos de Jehová con la que mantuve algunas tardes de agradable conversación teológica. A mi pregunta de cómo justificaban el que nunca llegase el Armagedón o fin del mundo tantas veces preconizado entre los suyos, la respuesta fue ilustrativa de la naturaleza autojustificativa de las convicciones: «En su infinita bondad, Dios lo retrasa in extremis para darnos tiempo a cambiar». El hecho de que no se produjese la esperada ira celestial no solo no hacía flaquear sus creencias, sino que las reforzaba al ofrecerles una nueva oportunidad de corregir las cosas.
Espejo emocional
Para entender mejor por qué las supersticiones y los rituales siguen teniendo cabida en nuestro mundo actual, conviene revisar algunos hallazgos de la psicología contemporánea:
- Necesidad de reducir la incertidumbre: el comportamiento supersticioso se correlaciona, por lo general, con estados de mayor ansiedad y un estilo de afrontamiento externo ante lo azaroso o incierto (no depende de mí, sino de fuerzas externas). En otras palabras: cuando la persona percibe que no controla lo que le pasa o que el mundo es imprevisible, tiende a recurrir a rituales, amuletos o creencias que le permitan «hacer algo» frente a la incertidumbre.
- Mecanismos cognitivos: asociación y causalidad errónea: el cerebro detecta con celeridad las relaciones causa-efecto. Las supersticiones pueden ser un «subproducto» de este comportamiento predictivo. Si alguien realiza un ritual antes de una presentación y la cosa sale bien lo asociará con el éxito y tenderá a repetirlo.
- Funciones psico-sociales de los rituales: las supersticiones y sus rituales cumplen esa doble función psico-social. Por un lado, aportan sentido, pertenencia y consuelo frente a lo imprevisible. Por otro, evitan el caos interno, ayudan a manejar la ansiedad y generan un vínculo simbólico con los tuyos.
Las supersticiones (y los rituales que las acompañan) no se basan en una relación causal entre el acto y el resultado esperado. Pueden ser, por tanto, irracionales desde la pura lógica, pero no necesariamente insanas ni inútiles. Nos ayudan a manejar necesidades profundas y muy humanas: controlar lo incontrolable, dotar de sentido a lo incierto y manejar la ansiedad provocada por la incertidumbre.
Sin embargo, cuando los rituales:
- se vuelven compulsivos o incontrolables,
- sustituyen la acción real, o
- generan malestar o interfieren significativa en la vida diaria.
ya no hablamos de rituales «normales», sino de conductas obsesivo-compulsivas o supersticiones desadaptativas.
Y no está de más, ante comportamientos de este tipo, hacernos un par de preguntas: ¿qué función cumple este ritual en mi vida? ¿Me ayuda o me impide actuar?