Un cóctel muy femenino
Siguen siendo muchas las niñas que reciben mensajes explícitos e implícitos que perpetúan la idea de sacrificio y entrega a través de los roles de madre, esposa y cuidadora. Este mandato se maquilla con elogios –«qué bien cuidas a tu hermanita», «qué detallista», «qué paciente eres»- y se refuerza con detalles aparentemente inocuos, como determinados juguetes.
Hoy, las muñecas siguen siendo el regalo habitual para las niñas. Marcas como Barbie, Baby Born o L.O.L. Surprise! lideran año tras año las listas de ventas. Son, junto con los playsets familiares –cocinitas, carritos de bebé, casas de muñecas– los productos más demandados. Este patrón se mantiene pese a la diversificación de opciones de juego, reforzando el mensaje de que atender y cuidar de los otros es una cualidad pura y naturalmente femenina.
Un pesado legado cultural
Este aprendizaje no desaparece al llegar a la adultez. Gran número de mujeres cargan con un profundo sentimiento de culpa cada vez que intentan priorizar sus propias necesidades. Esto lo observamos con frecuencia en madres trabajadoras, que se ven obligadas a hacer equilibrios entre la vida profesional y la personal. Con su incorporación masiva al mercado laboral, han asumido de forma natural una doble carga (trabajo remunerado + cuidado de la familia), lo que normaliza el agotamiento y refuerza el ideal de la «mujer que puede con todo».
Aunque proclamemos la igualdad de oportunidades, las expectativas culturales siguen depositando sobre las mujeres la responsabilidad del cuidado emocional y práctico de los suyos.
Según datos recientes de la UE, las mujeres dedican, por término medio, el doble de tiempo que los hombres a tareas domésticas y cuidado de hijos o familiares.
La culpa como constructo social
La culpa no surge espontáneamente; es una emoción secundaria que se aprende. En el caso de las mujeres, está ligada a la educación que -pese a los muchos avances sociales- siguen recibiendo desde la infancia. Rasgos como el carácter fuerte, la competitividad, la asertividad o el espíritu de lucha, que en los niños se toleran e incluso se celebran, en las niñas reciben otros calificativos menos admirativos como «mandona», «imprudente», «respondona» o incluso «poco femenina».
Así las cosas, la empatía, termina convirtiéndose en una trampa que lleva a asumir cargas que no corresponden. La mujer adulta, educada en esta lógica, vive con la sensación de que debe anticipar las necesidades ajenas.
El problema no se reduce a la carga de tareas, sino la presión interna del «tengo que poder con todo». Trabajo, familia, relaciones, vida social: todas estas áreas reclaman atención y cuando la vida no da para ello, aparece la culpa.
Introspección: una herramienta práctica
Pensar en una misma puede parecer un acto sencillo en teoría, pero en la práctica es un ejercicio incómodo para quien no está acostumbrada a hacerlo. Requiere detenernos, observar cómo actuamos cada día y plantearnos algunas preguntas críticas:
- ¿Por qué siento que no puedo dejar de atender las necesidades ajenas?
- ¿Qué me impide reconocer mis límites?
- ¿Qué ocurriría si, por una vez, decidiera pensar en mí?
El concepto de «cuidarse a una misma» puede ser difícil de entender o, tal vez la explicación más sencilla sea que no resulta fácil de llevar a la práctica, porque nos obliga a establecer prioridades, delegar responsabilidades y ser capaces de decir no llegado el caso. Por eso, muchas veces optamos por meter a presión las «actividades de autocuidado» en nuestra agenda como si incluir zumba en un horario llevado al límite supusiese un beneficio para nuestra salud. Al poco tiempo, esas actividades se convierten en nuevas obligaciones y fuentes adicionales de estrés y culpabilidad.
Establecer límites, una práctica incómoda
Ser una persona empática y comprometida no implica asumir obligación de disponibilidad las 24 horas del día. Establecer límites no es algo extraordinario, por mucho que ahora pueda parecértelo. Ni siquiera requiere justificación. Es una forma de redistribuir responsabilidades y, con ello, proteger tu salud.
No es un aprendizaje inmediato. Romper con años de socialización orientada al cuidado ajeno exige constancia y, a menudo, un proceso de acompañamiento profesional para desactivar los automatismos que llevan a decir «sí», incluso cuando no puedes o sencillamente no quieres.
Otro mensaje arraigado en la educación femenina es que pedir ayuda es una muestra de debilidad. Bajo esta lógica, las mujeres prefieren sobrecargarse antes que delegar, perpetuando la idea de que deben ser autosuficientes para no fallar a los demás.
Romper con esto exige entender que compartir las responsabilidades en pie de igualdad con quienes nos rodean es la base para construir relaciones más equilibradas, sanas y sostenibles. Pero para que esto ocurra, la primera persona que tiene que estar convencida de ello eres tú.