«Cuantificar» la dislexia
Hace poco, escuchaba una pregunta particularmente interesante en consulta:
«¿Puede una dislexia leve compensarse con una capacidad cognitiva alta?»
La respuesta no es sencilla. Evaluar el grado de afectación de una dislexia cuando existen otras fortalezas cognitivas —ya se trate de una memoria excepcional, un pensamiento ágil o altas capacidades intelectuales— requiere observar cómo esas habilidades se traducen en estrategias de compensación de los déficits que acompañan a ese trastorno.
Cuando hablamos de dislexia «leve», «moderada» o «grave», nos referimos a las repercusiones funcionales de esa dificultades sobre la capacidad de lectura, escritura, organización o gestión de la información de una persona determinada, no a una categoría fija. Como en tantos ámbitos de la psicología, cuando hablamos de «grados», estos se basan más en el impacto funcional sobre la vida de la persona, que en una medición precisa del trastorno.
La dislexia, como trastorno del neurodesarrollo, no desaparece en los adultos. Sin embargo, puede quedar enmascarada por los mecanismos de compensación desarrollados por la persona.
Medir la dislexia puede ser tan complejo como medir el dolor. Los médicos, ante la imposibilidad de cuantificarlo de forma objetiva, recurren a escalas subjetivas, formulando a sus pacientes preguntas del tipo: «de cero a diez, ¿cuánto dirías que te duele?». Con la dislexia ocurre algo parecido: se trata de una experiencia multifactorial, cuya intensidad o repercusión depende de variables personales, contextuales y ambientales. En ambos casos, la medición no pretende establecer un valor objetivo, sino determinar cómo afecta a la vida de la persona.
Cómo se compensa una dislexia
Las personas con alta capacidad cognitiva desarrollan con frecuencia estrategias y hábitos con los que reducen el impacto de sus dificultades. Algunos de ellos son:
- Predicción semántica: anticipar el significado del texto a partir del contexto general, sin procesar cada palabra.
- Memoria visual o semántica: recordar la forma global de las palabras, frases o párrafos.
- Inferencia rápida: extraer conclusiones con información parcial.
- Rutinas de verificación: revisar el texto mediante herramientas automáticas o lectura en voz alta.
- Apoyos tecnológicos: uso de correctores ortográficos, lectores digitales, audiolibros o aplicaciones de dictado.
Dificultades inadvertidas
Numerosos adultos con dislexia no diagnosticada obtienen buenos resultados académicos o profesionales gracias a sus estrategias de compensación.
También es frecuente que no identifiquen esas señales como parte de un trastorno específico, sino como rasgos personales («soy muy despistado», «no tengo buena ortografía», “no me concentro si el texto es largo», etc.).
Pero esos déficits están ahí y se manifiestan de forma persistente obligando a un sobreesfuerzo:
- Lectura más lenta o necesidad de releer para comprender.
- Errores ortográficos frecuentes, incluso con buen vocabulario.
- Dificultad para tomar notas mientras escuchan o leen.
- Problemas para recordar nombres, secuencias o direcciones.
- Tendencia a evitar tareas con alta carga de lectura o escritura
Doble excepcionalidad: dislexia y alta capacidad
La combinación de dislexia y altas capacidades puede retrasar el diagnóstico. El rendimiento general suele ser bueno, aunque desigual: excelentes resultados en tareas de razonamiento, creatividad o comprensión oral, y bajo rendimiento en lectura o escritura.
En el ámbito laboral, esto puede traducirse en una mayor inversión de tiempo y energía para cumplir tareas que impliquen informes, correos o documentos extensos.
En estos casos, una evaluación neuropsicológica permite identificar el perfil cognitivo completo y diseñar estrategias de compensación más eficientes y menos costosas mentalmente.
Recursos prácticos para adultos con dislexia
Algunas medidas útiles para mejorar el funcionamiento diario incluyen:
- Usar tipografías legibles (por ejemplo, OpenDyslexic, Arial o Verdana) y textos con espaciado amplio.
- Emplear software de lectura en voz alta o audiolibros para reducir la carga visual.
- Organizar tareas por bloques cortos de tiempo y evitar la multitarea.
- Usar correctores ortográficos y herramientas de dictado para la escritura profesional.
- Solicitar adaptaciones razonables en entornos laborales o formativos: tiempo adicional, formatos digitales, apoyo lector.
- Revisar el entorno de trabajo para reducir distractores visuales o sonoros.
Detectar una dislexia en la edad adulta puede aclarar trayectorias vitales y patrones de esfuerzo que no acabamos de entender y provocan malestar. Un diagnóstico adecuado identifica áreas de fortaleza y puntos débiles de la persona y, con ello, diseñar intervenciones concretas que eviten el sobreesfuerzo que acompaña muchas veces a las compensaciones, aunque estás funcionen y reduzcan el mínimo el impacto en la vida profesional: entrenamiento en lectura funcional, apoyo psicológico en la gestión del esfuerzo o asesoramiento sobre adaptaciones laborales.
Mientras escribía este post, en particular el apartado dedicado al dolor, no podía dejar de recordar a mi abuela. Desde hace muchos años padece una artritis reumatoide que sobrelleva con una alegría encomiable, pese a los muchos dolores y molestias que le provoca. Cuando la acompaño a sus revisiones periódicas y su reumatólogo le hace la pregunta habitual de cómo valoraría su dolor, siempre contesta lo mismo: «Lo puntuaría con un cinco, aunque si le pregunta a mis amigas, le dirían que es un diez». Siempre nos saca una sonrisa.